CAPITULO XIV Lancaster y Londres 1660 Después de esta reunión, visité reuniones de los Amigos hasta que llegué a Lancaster; de allí me fui a la casa de Roberto Withers, y así a Arnside, donde llevé a cabo una reunión general para todos los Amigos en los condados de Westmoreland, Cumberland, y Lancashire. Esta reunión estuvo tranquila y pacífica, y la presencia viviente del Señor estaba entre nosotros. Fui otra vez con Roberto Withers, y algunos Amigos pasaron a mejor vida, cuando estaban fuertes en la vida y el poder de Cristo, en lo cual tenían dominio, estando establecidos sobre él que es la roca celestial y el fundamento. Varios tipos groseros, siervos de un juez de allí cerca llamado Sir Jorge Middleton, vinieron a provocar algunos disturbios, como se pensó; pero la reunión se había acabado, y ellos no hicieron nada allí: pero interceptaron a tres mujeres Amigas que iban a sus casas, burlándose de manera muy insolente, y uno de ellos se comportó de manera muy abusiva e inmodesta con ellas. El mismo hombre había abusado también a otros Amigos, y era tan escandaloso que trató de cortar a algunos con un hacha, pero fue impedido por algunos de sus compañeros. En otra ocasión el mismo hombre se fue encima de seis Amigos que iban a una reunión en Yelland, y los golpeó y los abusó de tal manera que 'hirió sus rostros y derramó mucha de su sangre,' lesionándolos gravemente, uno de ellos en varias partes de su cuerpo; sin embargo ellos no levantaron ni un dedo en contra de él, sino que le dieron sus espaldas y sus mejillas para que las golpeara. De la casa de Roberto Withers al día siguiente me fui a Swarthmore con Francis Howgill y Tomás Curtis acompañándome. No hacía mucho que estaba allí, cuando, Enrique Porter, un magistrado, mandó al jefe de los guardias y a tres guardias de menor rango con una orden para prenderme; y en casa, ya sentí las tinieblas antes de que llegaran. Estaba en el salón, con Ricardo Richardson y Margarita Fell, cuando una de sus sirvientas vino a decirle que alguien estaba allí para registrar la casa, para ver si había armas; y con este pretexto entraron en las habitaciones. Sentí el deseo de salir y, acercándome a uno de ellos, le hablé y me preguntó cómo me llamaba. En el acto se lo dije, y, apoderándose de mí, diciendo que yo era el hombre que buscaban, me llevaron a Ulverston. Me dejaron toda la noche en casa del guardia, custodiado por quince o dieciséis hombres, algunos de los cuales se sentaron en la chimenea por temor de que me subiera por ella; tan aterrados los tenía el poder del Señor. Eran muy rudos e inciviles y no permitían que hablase con los Amigos ni que estos me trajeran nada, sino que, echándolos violentamente, ejercían sobre mí una terrible vigilancia. Ellos eran muy impíos y groseros, y se jactaron grandemente acerca de mí. Uno de los guardias que se llamaba Ashburnbam dijo que él no pensaba que ni siquiera mil hombres me pudieran haber llevado. Otro de los guardias era un hombre muy impío llamado Mount; él dijo que él hubiera tratado al juez Fell así, si es que estuviera vivo, y si él tuviera una orden para él.' Pasé toda la noche sentado, y, por la mañana, a eso de las seis, me puse mis botas y espuelas para ir con ellos a ver a algún magistrado; mas quitándome las espuelas, me quitaron también el cuchillo y a toda prisa me mandaron por la ciudad, con un grupo de a caballo y abundancia de gente, no permitiendo que esperase por mi caballo. Había andado como un cuarto de milla, cuando algunos Amigos, junto con Margarita Fell y con los hijos de ésta, se me acercaron; y entonces un grupo de a caballo, me rodeó, gritando enfurecidos e iracundos, "¿Acaso lo quieres libertar? ¿Acaso lo quieres libertar?" Al ver esto les dije, "Aquí tienen mi cabello, aquí tienen mi espalda, aquí tienen mis mejillas; péguenme"; y con estas palabras se mitigó un poco su furor. Trajeron entonces un caballo pequeño y, cogiendo dos de ellos, una de mis piernas me pusieron el pie en el estribo, y levantando mi otra pierna, dos otros más, me montaron detrás de la silla y, sin tener yo nada en que agarrarme, llevaron así el caballo por la correa. Cuando estuvimos bastante lejos de la ciudad, pegaron al caballito que se puso a patear y galopar; por lo cual yo resbalé y les dije que no debían de maltratar así al pobre animal. Estaban enfurecidos de que yo me hubiera bajado del caballo y, cogiéndome por las piernas, me volvieron a subir, poniéndome otra vez detrás de la silla. En esto, mi caballo llegó a donde estábamos, y algunos de los suyos los persuadieron de que me dejaran montar en él. Cuando llegamos a los arenales, les dije que había oído que yo tenía libertad de elegir el juez a quien tenían que llevarme; pero los guardias empezaron a gritar que no había tal cosa; y entonces me llevaron a Lancaster, a unas catorce millas, creyendo así conseguir gran triunfo. Pero mientras íbamos de camino, me sentí dirigido a cantar alabanzas al Señor, por ser Su poder el que triunfaba sobre todos. Cuando llegamos a Lancaster, estando muy elevado el espíritu del pueblo, me puse a mirarlos severamente y se pusieron a gritar, "¡Miren sus ojos!" Al cabo de un rato, les hablé, y entonces se aquietaron. En esto, vino un joven que me llevó a su casa; y al poco rato los oficiales me llevaron al mayor Porter, el magistrado que había mandado el decreto en virtud del cual me prendieron; el cual estaba en compañía de otras personas. Cuando entré les dije, "La paz sea con ustedes"; y Porter me preguntó para qué había ido a aquella región en tiempos tan poco oportunos; a lo cual respondí, "A visitar a mis hermanos." "Pero," replicó, "tú andas de un lado para otro celebrando reuniones;" y le dije que, a pesar de ello, en toda la nación era sabido que nuestras reuniones eran pacíficas y que éramos nosotros gentes de paz. Dijo él entonces, que nosotros veíamos al diablo en el rostro de las personas; y le respondí, "Cuando yo veo a un borracho, o a uno que presta juramentos, o a un pendenciero, o a un temerario, no diré que en estos vea el Espíritu de Dios"; y le pregunté si podía él ver el Espíritu de Dios. Dijo también que nosotros protestábamos en contra de sus ministros. Y yo le repliqué, que mientras, como Saúl, estábamos bajo la autoridad de los sacerdotes e íbamos de un lado a otro con sus paquetes de cartas, no nos llamaron seres pestilentes ni organizadores de sectas; pero cuando fuimos a ejercitar nuestras conciencias, con Dios y con los hombres, nos llamaron seres pestilentes como a Saúl. Dijo entonces Porter que nosotros sabíamos expresarnos muy bien, y que, por esta razón, no iba a discutir conmigo; pero sí iba a detenerme. Quise saber el porqué y de quién recibió la orden de mandarme a buscar con un decreto de prisión; y me quejé a él de los malos tratos que me dieron los oficiales y los guardias, y también de que me hubieran llevado allí. No se dio por enterado de esto, y me respondió que él tenía una orden, que no me dejaría ver porque no quería revelar los secretos del rey; "Además, que un prisionero," añadió, "no tiene que saber porqué lo condenan." Le repliqué que esto no era justo, porque entonces no podría defenderse; y proseguí, "Yo tengo que tener una copia de esa orden;" pero él me dijo, "Una vez hubo un juez que hizo pagar una multa a un hombre, por dejar que un prisionero tuviera una copia de su auto de prisión y," añadió, "aunque yo soy un magistrado joven, tengo conmigo un viejo escribano;" y llamando entonces al viejo escribano, le preguntó, "¿Todavía no está listo? Tráigalo," refiriéndose al auto de prisión. Pero como aún no estaba terminado, me dijo que era yo un causante de disturbios en la nación; a lo cual le respondí que era yo una bendición para la nación, en y por el poder del Señor y Su verdad, y que así respondería el espíritu de Dios en todas las conciencias. Entonces me acusó de que yo era un enemigo del rey, de que intentaba provocar una nueva guerra y quería volver a inundar de sangre la nación. Le dije que nada sabía de la manera de hacer la guerra, siendo puro e inocente como un niño, en cuanto a tal cosa se refería, y por consiguiente osado. En esto, llegó el escribano con el auto de prisión y mandaron a llamar al carcelero para que me llevara, y me metiera en la celda oscura, sin dejar que nadie viniera a verme, y me tuviera allí preso e incomunicado hasta que el parlamento o el rey me pusieran en libertad. Entonces el magistrado preguntó a los guardias que donde estaba mi caballo: "Porque, según he oído," añadió, "tiene él un buen caballo ¿Lo trajeron?" Le dije en donde estaba mi caballo, pero no lo cogió. Cuando me llevaban a la prisión, el guardia me dio mi cuchillo, y luego me pidió que se lo diera, pero le dije que no, porque no había sido lo bastante civil conmigo. Me metieron en la cárcel, y el carcelero subalterno, un tal llamado Hardy, hombre malo, fue muy brutal y cruel, no dejando muchas veces que me dieran más comida que la que podía coger por debajo de la puerta. Muchos vinieron a verme, algunos llenos de ira, que se comportaron de un modo incivil y brutal. En una ocasión dos sacerdotes jóvenes vinieron y fueron muy abusivos. La gente más mala no podría haber sido peor. Entre aquellos que vinieron de esta manera estaba la esposa del viejo Preston, de Howke. Ella usó muchas palabras abusivas conmigo, diciéndome que mi 'lengua debería ser cortada,' y que 'yo debería ser ahorcado;' mostrándome la horca. Pero el Señor la derribó, y ella murió en una condición miserable. Estando preso y vigilado, en la cárcel común de Lancaster, quise que Tomás Cummins y Tomás Green fueran a pedirle al carcelero una copia del auto de prisión, para que así pudiera saber porque me habían condenado; y el carcelero les dijo que no podía dársela porque otro había sido multado por haberlo hecho; pero les permitió que lo leyeran; y según pudieron recordar, las acusaciones eran las siguientes. Que era yo una persona de quien todos sospechaban que era un provocador de disturbios en contra de la paz del país, enemigo del rey y el principal sustentador de la secta de los Cuáqueros; y que, unido con otros como yo, fanáticos de nuestras creencias, intentaba llevar a cabo la insurrección, por aquellos lugares, y anegar todo el reino en sangre. Por todo lo cual, el carcelero había recibido orden de tenerme en seguridad, bajo custodia, hasta que fuera puesto en libertad por el rey o por el parlamento. Cuando así me hube enterado de las acusaciones capitales contenidas en el auto de prisión, escribí una respuesta completa, contestando a cada una de las acusaciones en particular, para reivindicar mi conciencia, de la siguiente manera:
Después que fui tomado y sacado a la fuerza de la casa de Margarita Fell, y acusado con cosas de naturaleza tan alta, que ella estaba preocupada, considerándolo como un daño hecho a ella. Después de lo cual ella escribió las siguientes lineas, y las envió al extranjero, de la esta manera:
Después de esto Margarita Fell decidió ir a Londres para hablar con el rey acerca de mi detención, de como se habían comportado los que habían ido a buscarme y de los malos e injustos tratos de los que había yo sido víctima. Cuando el magistrado Porter se enteró de esto, dijo enseguida que también iría y que se encontraría con Margarita. Pero cuando llegó a presencia del rey, los cortesanos le hablaron de cuando les hizo quemar sus casas, cuando era él un celoso partidario del parlamento en contra del rey; de modo que acabando pronto con la corte, enseguida regresó a su región. Mientras tanto el carcelero parecía estar muy preocupado, y dijo que temía que el mayor Porter lo ahorcaría porque él no me había puesto en la casa oscura. Pero cuando el carcelero fue a esperarlo, después que él había venido de Londres, él estaba muy vacío y desanimado, y preguntó '¿cómo lo hice?', fingiendo que él encontraría una manera de ponerme en libertad. Pero habiéndose pasado en su orden, al ordenar que me 'tuvieran prisionero hasta que fuera liberado por el rey o el parlamento,' él había hecho que no le fuera posible ponerme en libertad aunque lo quisiera. Él se desanimó más aún después de leer la carta que yo le había enviado; porque cuando estaba en su punto máximo de ira y amenazas en contra mía, y pensaba congraciarse con el rey al encarcelarme a mí, fui inspirado a escribirle, y lo puse a pensar 'lo violento que él había sido en contra del rey y su partido, aunque ahora se pensaba que estaba muy a favor del rey.' Entre otros pasajes de mi carta, le hice recordar que cuando él estuvo detenido en el castillo de Lancasater por causa del parlamento en contra del rey, él fue tan duro y violento en contra de aquellos que estaban a favor del rey, que él dijo que él no les dejaría ni perro ni gato si ellos no le llevaban suministros a su castillo. Yo también le pregunté: '¿De quién son esos grandes cuernos que están en su casa? Y ¿dónde los había obtenido como también la madera de roble que él usó para construir su casa? ¿Acaso no los había sacado del castillo de Hornby?' En esto, Ana Curtis, de Reading, vino a verme; y al saber porqué me habían condenado, quiso también ir a ver al rey para hablarle de ello. Su padre, que había sido alguacil de Bristol, había sido ahorcado cerca de la puerta de su casa, por haber intentado traer al rey; y por esta razón esperaba que el rey la oiría en cuanto a lo que se refería a mi caso. De modo que con esta idea, así que regresó a Londres, ella, y Margarita Fell, fueron juntas a ver al rey, quien la recibió muy afablemente cuando supo de quien era hija. Cuando le pidió que me mandara a buscar y que él mismo me juzgara, le prometió que así lo haría, y mandó a su secretario que enviara una orden para que me llevasen a Londres; pero cuando fueron a buscar la orden al secretario, como éste no sentía simpatía por nosotros, dijo que no le incumbía darla, que la ley tenía que cumplirse y que, por lo tanto, tenía que ser llevado a presencia de los jueces de Londres por un habeas corpus. De acuerdo con esto, se envió el escrito que se entregó al alguacil, pero, como iba dirigido al canciller de Lancaster, el alguacil se desentendió de él; y, por otro lado, el canciller no quiso dar la autorización, diciendo que al alguacil incumbía el hacerlo. Finalmente, el canciller y el alguacil se pusieron de acuerdo; pero, como los dos eran enemigos de la Verdad, buscaron pretextos para ir difiriendo el cumplimiento de la orden recibida, diciendo que habían encontrado un error en el escrito, que, siendo dirigido al canciller, decía de "Jorge Fox en prisión bajo la custodia de USTEDES," siendo que la prisión en que yo me hallaba preso, no estaba, según ellos, bajo la custodia del canciller sino del alguacil. De modo que la palabra USTEDES debía de haber sido USTED; por donde devolvieron el escrito a Londres, solamente para que se cambiara esta palabra; y cuando lo volvieron a mandar, con la palabra cambiada, el alguacil se negó a mandarme a Londres, a menos de que me ratificara en un escrito dirigido a él, comprometiéndome, y le pagase la ratificación y los gastos de mandarme. negué a todo esto, y le dije que nada le ratificaría ni a nada me comprometería; de modo que todo quedó en suspenso y yo continué en la prisión. Mientras tanto comenzaron las sesiones de tribunal; pero como había un orden judicial para quitarme, no fui llevado ante el juez. Durante las sesiones de tribunal muchos vinieron a verme. Fui inspirado a hablar desde la ventana de la cárcel, y mostrarles 'lo dudosa que era su religión, y que cada clase, cuando estaban en el lugar más alto, había perseguido al resto. Cuando el papado estaba en el lugar más alto, la gente había sido perseguida por no seguir la misa. Y aquellos que lo sostuvieron clamaron que era el poder de lo alto, y la gente debe estar sujeta al poder de lo alto. Después aquellos que sostuvieron la Oración Común persiguieron a otros por no seguir aquello, diciendo que era el poder de lo alto, y debemos estar sujetos a ello. Desde entonces, los presbiterianos y los independientes clamaron: "Debemos estar sujetos al poder de lo alto, y someternos a la dirección de uno y de la fe de la iglesia del otro." De modo que todos, como los judíos apóstatas, han clamado, "Ayuden, hombres de Israel," en contra de los verdaderos cristianos. De manera que la gente puede ver lo inseguros que ellos están acerca de su religión. Pero yo los dirigí hacia Cristo para que ellos puedan ser edificados sobre la roca y el fundamento que no cambia. Yo les declaré mucha de esta sabiduría, y ellos estuvieron tranquilos y muy atentos. Después escribí un pequeño documento con respecto a la religión verdadera, como sigue a continuación;
Poco tiempo después escribí un documento en contra de la persecución, como sigue:
Mientras estaba en la cárcel de Lancaster, fui inspirado a escribir el siguiente documento, 'Para calmar las mentes de cualquiera que esté apurado y angustiado acerca del cambio de gobierno.'
También fui inspirado a escribirle al rey, tanto para exhortarlo a tener misericordia y perdón con sus enemigos, como para advertirle a restringir lo profano y el libertinaje que existía en la nación a su regreso.
Pasó mucho tiempo antes de que el alguacil se decidiese a trasladarme a Londres, a menos de que le ratificara un depósito y le pagase los gastos, a lo cual seguí negándome. Entonces ellos consultaron acerca de cómo llevarme y primero decidieron que me acompañara un grupo de a caballo; y les dije que si yo era el hombre que ellos decían, tendrían que mandarme con un regimiento o dos de caballería que me guardasen. Luego que consideraron lo que les costaría mandar un grupo de hombres a caballo, cambiaron de idea y decidieron mandarme custodiado solamente por el carcelero y algunos alguaciles; pero considerando más tarde que esto también sería mucho gasto para ellos, me mandaron a la casa del carcelero y me dijeron que si les daba una fianza, de que estaría en Londres tal día del plazo fijado, me darían licencia de ir con alguno de mis amigos. Les respondí que ni daría fianza alguna ni al carcelero le daría una sola pieza de plata; porque era yo inocente, habiéndome encarcelado injustamente por acusaciones que no eran ciertas. Sin embargo, les dije que si me dejaban ir con uno o dos de mis amigos, que quisieran acompañarme, iría y estaría en Londres el día fijado, si era voluntad del Señor; y que si querían, yo, o alguno de los amigos que fueran conmigo, llevaría el auto de prisión donde estaban las acusaciones que ellos me habían hecho. Finalmente, viendo que conmigo no podía ser de otra manera, el alguacil cedió, consintiendo en que, con algún amigo mío, fuera a Londres, sin más fianza que mi palabra, a presentarme a los jueces en el día señalado, si era voluntad del Señor; y si ellos lo deseaban, ni yo ni ninguno de mis Amigos llevaría cargos en contra de mí. Cuando ellos vieron que no podían hacer nada más conmigo, el alguacil consintió a que yo viniera con algunos de mis Amigos, sin ningún otro compromiso que mi palabra, para comparecer ante los jueces en Londres en el día acordado, si el Señor lo permitía. Por lo tanto fui liberado de la prisión, y me fui a Swarthmore, donde me quedé por dos o tres días; de allí me fui a Lancaster, y así a Preston, teniendo reuniones entre los Amigos hasta que llegué a Cheshire, a la casa de William Gandy, donde hubo una gran reunión al aire libre, ya que la casa no era suficientemente grande para contenerla. Ese día la semilla eterna del Señor fue puesta sobre todos, y los Amigos se acercaron a ella, quien es heredera de la promesa. De allí me fui a Staffordshire y Warwickshire, a la casa de Antonio Bickliff, y en Non-eaton, en la casa de la viuda de un sacerdote, tuvimos una reunión muy bendecida, donde la palabra eterna de la vida fue declarada poderosamente, y muchos se establecieron en ella. Entonces, al continuar viajando, visitando las reuniones de los Amigos, después de tres semanas de haber salido de la cárcel, llegué a Londres, estando Ricardo Hubberthorn y Roberto Withers conmigo. Cuando llegué a Charing-Cross, había allí reunida gran muchedumbre para ver quemar las entrañas de un juez del rey, que había sido ahorcado, arrastrado y descuartizado. A la mañana siguiente fui a la cámara del juez Mallat, que se estaba poniendo la toga roja, para sentarse en el tribunal a juzgar a más jueces del rey; y como era muy impertinente e insolente me dijo que podía volver en otro momento. Volví otra vez a su cámara, estando allí el juez Foster, que era llamado el magistrado mayor de Inglaterra, e iba conmigo un tal Esquire Marsh, que era del dormitorio del rey. Cuando les hubimos entregado las acusaciones de que era yo víctima, y cuando hubieron leído que yo y mis amigos íbamos a anegar la nación en sangre etc etc . . . dieron un puñetazo sobre la mesa; por donde les dije, que era yo el hombre contra quien iban dirigidas tales acusaciones, pero que era yo tan inocente de ello, como un recién nacido, pues yo mismo se las había traído, en compañía de un amigo mío, sin custodia alguna. De momento no se habían fijado en mi sombrero, mas viendo que lo llevaba puesto, me dijeron, "¡Cómo! ¿Tienes el sombrero puesto?" y les expliqué que no lo hacía por menosprecio. Me mandaron que me lo quitara; y, llamando al mariscal del tribunal del rey, le dijeron, "Tienes que llevarte a este hombre y ponerlo en lugar seguro; pero dénle una cámara, no lo pongan con los presos." "Mi señor," respondió el mariscal, "No tengo cámara en donde meterlo, pues de tan llena como está mi casa, no se cómo podría hallar una cámara para él, de no ser junto con los otros presos." "No," dijo el juez, "no lo pongan con los presos;" pero al insistir el mariscal en que no tenía lugar donde pudiera yo estar, el juez Foster me dijo, "¿Quieres comparecer mañana, a eso de las diez, en la barra del tribunal del rey, en Westminster?" y le respondí, "Sí, si el Señor me da fuerzas para ello." Entonces el juez Foster dijo al otro juez, "Si dice que sí, y lo promete, pueden aceptar su palabra;" y me dieron licencia de que me retirase. Al día siguiente y a la hora señalada, comparecí en la barra del tribunal del rey, acompañado de Ricardo Hubberthorn, Roberto Withers y Esquire Marsh. Me llevaron al medio de la sala, y así que entré, dirigido a mirar a mi alrededor, me volví a la gente y dije, "La paz sea con vosotros;" y el poder del Señor se difundió por la sala. Se leyó pública mente la acusación en contra mía; y la gente se mantuvo moderada, los jueces serenos y afables; y las mercedes del Señor fueron para ellos. Mas cuando se llegó al párrafo en que se decía que yo y mis amigos queríamos anegar en sangre la nación, provocar una nueva guerra y que yo era enemigo del rey etc etc . . . elevaron las manos; y extendiendo yo entonces mis brazos, les dije, "Yo soy el hombre contra quien se dirige esta acusación; mas yo soy inocente, como un niño, en cuanto a esto se refiere, sin que jamás haya sabido de la manera de hacer la guerra, y," continué, "¿Creéis vosotros que de ser yo el hombre que esta acusación demuestra, hubiera venido yo mismo, en contra de mi conveniencia, o me hubieran permitido que viniera, sólo con uno o dos amigos míos? De ser yo el hombre que dice ese escrito, hubiera tenido que ser guardado por un regimiento o dos de caballería; mas al contrario, el alguacil y los magistrados de Lancashire, creyeron oportuno dejarme venir con mis amigos, por cerca de doscientas millas, sin guarda alguna; y podéis estar seguros de que no lo hubiesen hecho de creer que era yo tal clase de hombre." Entonces el juez me preguntó si es que había que continuar o que pensaba yo hacer, en cuanto a las acusaciones que eran sobre mí; y yo respondí, "Vosotros sois jueces y espero que capaces de juzgar, este caso; en consecuencia, haced lo que queráis, que yo lo dejo a vuestro criterio." En esto, como el juez Twinsden, colérico, empezase a hablar, apelé al juez Foster y al juez Mallet, que me habían oído la noche antes; y dijeron que ellos no me acusaban, pues nada tenían en contra mía; y entonces, Esquire Marsh, levantándose, dijo a los jueces que le placía al rey que me pusieran en libertad, no habiendo acusador que se presentase en contra mía. Me preguntaron si, en tal caso, quería dejar la cuestión al rey y a su consejo; y les respondí, "Sí, con la mejor voluntad;" y enviaron al rey la respuesta del alguacil, al hábeas corpus, en que constaba la acusación, para que así viesen porque me habían condenado. El regreso del alguacil de Lancaster fue así:
Considerando el todo de la cuestión, el rey, satisfecho de mi inocencia, mandó a su secretario que enviara una orden, al juez Mallet, para que me pusiera en libertad, lo cual el secretario hizo de esta manera:
Cuando esta orden fue entregada al juez Mallet, él envió su orden judicial al mariscal del tribunal del rey para mi puesta en libertad; y esta orden decía lo siguiente:
De manera que después de estar preso por más de veinte semanas, fui gratuitamente puesto en libertad, por orden del rey; habiéndose manifestado claramente el poder del Señor, para demostrar mi inocencia, y Porter, quien me condenó, no se atrevió a aparecer para defender la acusación que él había sugerido falsamente en contra mía. Pero después que se supo que yo había sido puesto en libertad, un grupo de espíritus envidiosos y malignos se preocuparon, y el terror se apoderó del juez Porter; porque él tenía temor de que yo me aprovecharía de la ley que lo condenaba por mi encarcelamiento injusto, y por causa de esto hacerle daño a él, a su esposa, y sus hijos. Y por cierto yo fui presionado por algunos que estaban el lugares de autoridad para hacerlo a él y al resto como ejemplos; pero yo les dije que los dejaría en manos del Señor; si el Señor los perdonaba yo no debería preocuparme de ellos. {Aunque el juez Porter era un mayor de Lancaster y un juez de paz, y aunque él recibía en su casa a jueces, después de esto el Señor lo quitó; y su esposa fue echada en la cárcel de Lancaster por causa de deudas, donde su esposo me había echado a mí. El juez Mallet era un hombre cruel, y un poco tiempo después, él murió. El juez Foster se convirtió en un hombre muy amargado y cruel, persiguiendo y dando órdenes en contra de los Amigos; de modo que el Señor lo quitó a él también. Llegó otro señor juez principal, que era aún peor que Foster en su persecución de los Amigos; y el Señor lo quitó a él también. Y el Señor quitó a ese hombre impío, el guardia Mounts, el guardia principal, y a la esposa del otro guardia. CAPÍTULO XV Cuando entró el Rey 1660-1662 En esto, vi que mis dolores, a causa de los penosos ejercicios por que pasé en Reading, llegaban a su fin. El infinito poder del Señor era sobre todo y Su bendita verdad, vida y luz brillaban por toda la nación; celebramos gloriosas reuniones, en paz y tranquilidad, y muchos fueron los que llegaron a la Verdad. Ricardo Hubberthorne, había estado con el rey, el cual le había dicho que nadie nos molestaría, siempre que viviésemos pacíficamente, y, habiéndoselo prometido, bajo palabra de rey, le dijo que podía hacer uso de tal promesa. También algunos Amigos fueron admitidos en la casa de los Lores, con libertad de declarar las razones por las cuales no podían pagar los diezmos, jurar, asistir a las ceremonias religiosas, que se celebraban en los templos, o unirse con otros para rendir culto alguno; y se les escuchó con moderación, lo cual, jamás hubiésemos conseguido bajo los gobiernos anteriores, que nunca nos hubieran concedido tanto favor. Y aunque en el poder de otro día las mujeres presentaron el testimonio de siete mil firmas de mujeres en una petición en contra de los diezmos, incluyendo las razones por la cuales ellos no podían apoyar a los jueces que tomaban los diezmos y como Cristo había terminado con el sacerdocio que tomaba diezmos, y envió a sus mensajeros, ministros, y apóstoles libremente, y los mandó a que como ellos habían recibido gratuitamente, ellos deberían dar gratuitamente, y por lo tanto, que ellos podían apoyar a estos sacerdotes y diezmos que Dios nunca había mandado. Esto sucedió antes que viniera el rey, y estos poderes anteriores no habían hecho nada; y aunque Cromwell había prometido antes de la batalla de Dunbar que si él obtenía la victoria sobre sus enemigos, que aboliría los diezmos, y que si no lo hacía, que se lo dejara rodar a la tumba con infamia. Pero después que el Señor le dio la victoria, y él se convirtió en el principal de la tierra, confirmó las leyes anteriores que decían que si la gente no pagaba los diezmos, serían forzados a pagar el triple, lo cual sería ejecutado por dos jueces de paz con dos testigos. Pero cuando vino el rey, ellos desenterraron a Cromwell de su tumba, lo colgaron, [le cortaron la cabeza, y después la expusieron sobre una lanza en Westminster Hall],* volviéndolo a enterrar en Tyburn, donde rodó en su tumba con infamia. Cuando lo vi colgado, vi que sus palabras habían recaído justamente sobre él.}
Habían alrededor de setecientos Amigos en la cárcel, que habían sido condenados bajo el gobierno de Oliverio y Ricardo con desacato (así llamado); cuando vino el rey, él los puso a todos en libertad. Parecía como que, en aquellos días, tenía el gobierno la intención de garantizar la libertad de los Amigos, porque se habían dado cuenta de que nosotros habíamos sufrido tanto como ellos bajo poderes anteriores; mas a pesar de ello, siempre que algo favorecía la realización del proyecto, no faltaba algún espíritu inmundo que, simulando estar a nuestro lado, no pusiera algún obstáculo de por medio. Se dijo que estaba ya escrito el decreto, no faltando más que firmarlo, cuando, de repente, estalló el impío intento de la quinta monarquía que sublevó la ciudad de Londres y toda la nación. Un Primer día, por la noche, habiéndose celebrado aquel día una muy gloriosa reunión, en la que la Verdad del Señor brilló sobre todos y Su poder fue exaltado sobre todo, a eso de las doce, o un poco después, al redoblar de los tambores se oyó el grito de "¡A las armas! ¡A las armas!" Me levanté y embarcándome de mañana bajé a tierra en las escaleras de Whitehall, por donde pasé, mirándome la gente con extrañeza; mas yo cruzando por en medio de ella me fui a Pall Mall y allá vinieron varios Amigos, a pesar de que era peligroso andar por las calles por razón de que la ciudad y los suburbios estaban en armas y la gente y los soldados se comportaban muy brutalmente; tanto así que Henry Fell, yendo a la casa de un Amigo, fue derribado por unos soldados, y él hubiera sido asesinado si el duque de York no hubiera pasado por allí. Grandes males se cometieron en la ciudad, aquella semana, y cuando llegó el Primer día, muchos Amigos fueron hechos prisioneros cuando se dirigían a sus reuniones. Me quedé en Pall Mall, con la intención de asistir a la reunión, pero el Séptimo día por la noche, vino un grupo de soldados que llamaron a mi puerta. La sirvienta los dejó entrar y, abalanzándose dentro de la casa, se apoderaron de mí; y uno, que había servido al parlamento, metió la mano en mi bolsillo preguntándome si no llevaba armas. Le dijo que ya sabía él que no llevaba arma alguna, y que no había razón para hacerme tal pregunta sabiendo que era yo un hombre de paz. Otros soldados entraron por las habitaciones y, en el lecho, encontraron a Esquire Marsh, que, a pesar de que pertenecía al dormitorio del rey, por su amor hacia mí vivía conmigo. Cuando bajaron, preguntaron, "¿Por qué tenemos que llevarnos este hombre? Nosotros queremos dejarlo en paz." "¡Oh!" dijo entonces el del parlamento, "es uno de los jefes y cabeza del partido." Ante esto, los soldados se disponían a llevarme, pero al oírlo, Ricardo Marsh, mandó a buscar al que mandaba el grupo y le pidió que me dejasen porque quería que compareciese a la mañana siguiente. Por la mañana, antes de que pudiesen cogerme y antes de que se empezase la reunión, vino a la casa un grupo de soldados de a pie y sacando uno su espada la suspendió sobre mi cabeza. Le pregunté porque sacaba su espada contra un hombre indefenso; ante lo cual sus compañeros lo advirtieron a que la retirase. Estos soldados me llevaron a Whitehall, antes de que los otros viniesen por mi; y mientras iba con ellos me encontré con varios Amigos que venían a la reunión, a los cuales recomendé valor y resignación, y les di ánimos para que perseverasen en la Verdad. Cuando llegamos a Whitehall, los soldados y la gente se comportaron brutalmente, pero no obstante les declaré la Verdad; mas algunas personas de significación que estaban llenas de envidia, se acercaron y les dijeron, "Cómo! ¿Lo dejan predicar? Métanlo en algún sitio donde no pueda incitar a la gente." Me encerraron bajo la vigilancia de los soldados, y les dije que aunque confinaran mi cuerpo y lo encerrasen no podrían detener la palabra de vida. Entonces vinieron unos que me preguntaron quién era; a los cual respondí, "Un predicador de lo que es justo;" y después de estar allí por dos o tres horas, Ricardo Marsh habló a Lord Gerardo que vino y los amonestó a que me pusieran en libertad. Cuando me soltaron, el mariscal me pidió feudos. Le dije que no le daría nada, por no ser nuestra costumbre, y le pregunté como era que me pedía feudos siendo yo inocente; sin embargo, le añadí que, dentro de mis medios, le daría dos centavos para que él y los soldados fuesen a beber; pero protestaron de ello tomándolos con desdén y les dije que si no los querían aceptar, que eligiesen, porque no les pagaría feudo alguno. Entonces me dirigí a los guardias, estando sobre ellos el poder del Señor; y luego que hube declarado la Verdad a los soldados, me fui calle arriba, encaminándome a una posada, con dos coroneles irlandeses que venían de Whitehall; en cuya posada estaban presos muchos Amigos bajo custodia. Quise que los coroneles hablasen a los guardias para que me dejasen entrar a ver a los Amigos allí presos, pero no quisieron; y dirigiéndome, entonces, al centinela le pedí que me dejase subir, a lo que accedió. Mientras estaba allí, los soldados habían vuelto a buscarme a Pall Mall; pero no encontrándome vinieron a la posada y dijeron que saliesen todos los que no estaban presos, los cuales salieron, mas yo pregunté a los soldados, que estaban dentro, si no podría quedarme todavía un rato con mis Amigos y, como me respondieron afirmativamente, me quedé y así escape otra vez a los soldados. Hacia la noche, fui a Pall Mall para ver como estaban los Amigos y después de pasar allí un rato me fui a la ciudad. Había en ese tiempo un gran número de casas que eran saqueadas para buscar gente. Fui a la casa de un amigo privado y Ricardo Hubberthorn estaba conmigo. Allí escribimos una declaración en contra de las tramas y las peleas, para ser presentada ante el rey y el concilio; pero cuando la habíamos terminado, y la habíamos enviado a la imprenta, fue confiscada y la perdimos.
Al llevarse a cabo esta insurrección de los hombres de la quinta monarquía, se hizo un gran caos tanto en la ciudad como en el campo, de tal manera que era peligroso para las personas sobrias moverse en el exterior por varias semanas después; los hombres y las mujeres apenas podían caminar por las calles para comprar víveres para sus familias sin ser abusados. En el campo ellos arrastraron a los hombres y las mujeres fuera de sus casas y algunos hombres enfermos los sacaron de sus camas por las piernas. Los soldados arrastraron a uno que tenía fiebre fuera de su cama hacia la prisión; y cuando él fue llevado allí, murió. Su nombre era Tomás Patching.
Margarita Fell, fue a ver al rey y le habló de cuan tristemente iban las cosas en la nación; haciéndole ver que éramos nosotros inocentes y gentes de paz, que continuaríamos celebrando nuestras reuniones por mucho que sufriésemos; mas que a él concernía hacer que se guardase la paz y que la sangre inocente no se derramase. En todas partes, las prisiones estaban llenas de Amigos y de otros presos, así en las ciudades como en los pueblos, y eran tantos los postes de vigilancia para impedir el paso de las cartas, que nadie pasaba sin ser registrado. Habiendo oído de varios miles de Amigos que estaban presos, en diferentes lugares del país, Margarita Fell, hizo llegar una relación de cuantos eran, al rey y a su concilio. A la mañana siguiente, recibimos noticia de varios miles más que habían sido encarcelados y Margarita también lo comunicó al rey y al concilio, que estaban maravillados de que pudiésemos saberlo, habiendo órdenes estrictas de que se interceptasen todas las cartas; pero el Señor lo ordenó de esta manera para que tuviésemos un registro correcto, a pesar de todos sus obstáculos y búsquedas. En el sentido profundo que yo tenía de los penosos sufrimientos que pasaron los Amigos, y de su inocencia hacia Dios y al hombre, fui inspirado a enviarles la siguiente epístola, como una palabra de consolación, y para instarlos a enviar un registro de sus sufrimientos.
Habiendo perdido una declaración anterior en la prensa, enseguida escribimos otra, en contra de conspiraciones y luchas, que imprimimos; y mandamos copias al rey y al consejo, y otras se vendieron por las calles y en la bolsa. Y esta declaración se imprimió algunos años más tarde, y es como sigue:
Añadido en la reimpresión.
Esta declaración despejó un tanto el aire cargado que pesaba sobre la ciudad y sobre el campo; y poco después, el rey hizo pública una proclama de que los soldados no podrían registrar casa alguna de no ir acompañados de un guardia. Pero las prisiones continuaban llenas, contándose por miles los Amigos encarcelados; cuya desgracia fue ocasionada por la infortunada sublevación de los de la quinta monarquía. Pero cuando los presos fueron ejecutados, nos hicieron la justicia de decir abiertamente que nosotros no habíamos tomado parte alguna en la sublevación y que no teníamos el menor conocimiento de ella. Después de esto, el rey, a quien continuamente estaban importunando para que lo hiciese, publicó una declaración de que los Amigos fuesen puestos en libertad sin pagar feudo alguno. Pero gran trabajo, penas y dolores costó el conseguirlo; pues Margarita Fell y Tomás Moore tuvieron que ir muchas veces a ver al rey, y el rey los recibió amablemente. Mucha sangre fue derramada ese año, muchos de los jueces del rey anterior fueron ahorcados, arrastrados o encuartelados. Entre aquellos que sufrieron estaba el coronel Hacker, el que me envió a la cárcel desde Leicester a Londres durante el tiempo de Oliverio. Fue un día triste y una paga de sangre por sangre. Porque en el tiempo de Oliverio Cromwell, cuando muchos fueron ahorcados, arrastrados, y encuartelados por supuesta traición, el Señor me hizo sentir que la sangre de ellos no sería ignorada, sino sería requerida, y yo le dije esto a varios en ese entonces. Y ahora, tras el regreso del rey, hubo un tiempo cuando varios que habían estado en contra del rey fueron ejecutados, así como los otros que habían estado de parte del rey antes habían sido ejecutados por Oliverio; ésta era una obra triste, destruir a la gente que son contrarios a la naturaleza de los cristianos, quienes tienen la naturaleza de los corderos y las ovejas. Pero había una mano secreta que traía este día sobre la generación hipócrita de creyentes, quienes al haber obtenido el poder, se hicieron orgullosos, altivos, y crueles más que otros, y persiguieron al pueblo de Dios sin piedad. Por lo tanto, cuando los Amigos estaban bajo crueles persecuciones y sufrimientos durante el tiempo de la Commonwealth, fui inspirado por el Señor a escribirles, para redactar sus sufrimientos, y presentarlos ante los jueces durante sus sesiones. Y si ellos no les hacían justicia, entonces para presentarlos ante los jueces del tribunal. Y si ellos se negaban a hacerles justicia, para presentarlos ante el parlamento, y ante el protector y su concilio, para que todos puedan ver lo que fue hecho bajo su gobierno. Y si ellos no hacían justicia, entonces para presentarlo ante el Señor, que oye los clamores de los oprimidos, las viudas, y los huérfanos, a quien ellos habían hecho así. Porque aquello por lo cual nosotros sufrimos, y por lo cual nuestros bienes fueron saqueados, [propiedades tomadas por las cortes por no jurar], fue nuestra obediencia al Señor en su poder y su espíritu, quien es capaz de socorrer y ayudar, y nosotros no teníamos otra ayuda sobre la tierra aparte de él. Y el Señor oyó los clamores de su pueblo, y trajo un azote muy grande sobre las cabezas de todos nuestros perseguidores, lo cual provocó un estremecimiento, un miedo, y un temor entre y sobre todos ellos; de modo que aquellos que nos habían llamado por sobrenombre los "hijos de la luz," y con desdén nos llamaron cuáqueros, el Señor los hizo temblar de miedo y temor, y muchos de ellos hubieran estado felices he haberse escondido entre nosotros; y algunos de ellos, a través de la angustia que vino sobre ellos, finalmente confesaron la verdad. ¡Oh! ¡Los diarios reproches, injurios, y palizas que soportamos entre ellos, aún en los caminos, porque no podíamos quitarnos nuestros sombreros por ellos, y por tratarlos de tú! ¡Oh! ¡El caos y el botín que los sacerdotes hicieron con nuestros bienes, porque no podíamos alimentar sus bocas ni darles nuestros diezmos! {Cuando los calvinistas puritanos independientes, los bautistas, y los presbiterianos primero alcanzaron el poder, ellos eran sensibles y clamaron que los diezmos eran anticristianos, y llamaban a los diezmos amos de casa [haciendo referencia a los fariseos, quienes devoraron las casas de las viudas con su insistencia acerca de los diezmos]; pero cuando estas sectas habían sido establecidas y tenían muchos miembros en sus iglesias, comenzaron a hacer leyes y órdenes, diciendo que la gente tenía que ir a las iglesias, y cuando ellos se separaron más hacia el poder externo, todos ellos se fueron hacia las iglesias y los diezmos. Ellos dijeron que los diezmos y las iglesias eran una Ley Divina entre ellos, Dios, y la iglesia; como si Dios y la iglesia de Cristo tuvieran necesidad de diezmos terrenales. Si ellos mejor hubieran dicho que los diezmos y las iglesias eran leyes humanas, nosotros lo hubiéramos creado más fácilmente. Y entonces ellos comenzaron a encarcelar y perseguir a los Amigos porque ellos no les daban los diezmos. Muchos miles de nuestros Amigos en aquellos días sufrieron encarcelamientos, y muchos miles de libras les fueron quitados. De modo que ellos hicieron a muchos de ellos viudas y huérfanos porque muchos de los que habían sido encarcelados por ellos murieron en la cárcel.} {Pero cuando vino el rey, la mayoría de ellos perdieron sus trabajos, tanto magistrados como sacerdotes. Perdieron sus trabajos por la misma razón por la cual ellos nos persiguieron; por no conformarse a la fe y la dirección de su iglesia, la cual ahora ellos no tenían el valor de defender. Algunos se conformaron a la Oración Común (episcopales); y algunos de sus oidores (miembros) dijeron (irrespetuosamente) que ellos debían estar contentos con el pan hecho de guisantes si no podían obtener trigo.} Además nos echaron en la cárcel, y además de esto nos dieron grandes multas porque no podíamos jurar. Pero por todas estas cosas el Señor Dios contendió con ellos. Sin embargo algunos de ellos estaban tan endurecidos por causa de su maldad, que cuando fueron sacados de sus lugares y sus oficios, ellos dijeron que si tuvieran la posibilidad, harían lo mismo otra vez. {Pero la vieja espada de Caín y las armas les fueron quitadas de sus manos, y Judas perdió su bolsa}. Y cuando este día de destrucción hubo venido sobre ellos, dijeron que era nuestra culpa. Por esta causa yo fui inspirado a escribirles, y para preguntarles si alguna vez los habíamos resistido cuando nos quitaron nuestros arados y nuestras herramientas, nuestras carretas y nuestros caballos, nuestro grano y nuestro ganado, nuestras ollas y nuestros platos, y nos azotaron, y nos pusieron en el cepo, y nos echaron en la cárcel, y todo esto sólo por servir y adorar a Dios en espíritu y en verdad, porque no nos podíamos conformar a sus religiones, modales, costumbres y modas. ¿Alguna vez los resistimos? ¿Acaso no les dimos nuestras espaldas para que las golpearan, nuestras mejillas para que nos arrancaran las barbas, y nuestros rostros para que los escupieran? ¿Acaso sus sacerdotes, que los provocaron a hacer esta obra, no los arrancaron consigo mismos hacia el hoyo? ¿Por qué entonces decían que todo era nuestra culpa? Cuando era debido a sí mismos y a sus sacerdotes, sus profetas ciegos, que siguieron su propio espíritu hacia el hoyo, y no pudieron prever nada de estos tiempos y estas cosas que vendrían sobre ellos, de lo cual nosotros les habíamos advertido con mucha anticipación; como Jeremías y Cristo le habían advertido a Jerusalén. Ellos trataron de cansarnos y deshacernos; pero ellos se deshicieron a sí mismos. Mientras que nosotros podíamos adorar a Dios; porque a pesar de cuánto nos habían saqueado, todavía teníamos una olla, un plato, un caballo, y un arado. De muchas formas estos profesantes fueron advertidos, por palabras, por escrito, y por señales; pero ellos no creyeron ninguna de estas cosas, hasta que era muy tarde. William Simpson fue inspirado por el Señor a ir varias veces por tres años ante ellos, desnudo* y descalzo, como señal para ellos, en los mercados, las cortes, los pueblos, las ciudades, las casas de los sacerdotes, y las casas de grandes hombres; diciéndoles que así ellos debían desnudarse como él se había desnudado. Y a veces él era inspirado a ponerse cilicio en la cabeza, y a ensuciar su cara, y a decirles que así el Señor ensuciaría todas sus religiones como él estaba sucio. Ese pobre hombre pasó por grandes sufrimientos, azotes dolorosos con látigos para caballos y látigos para carruajes sobre su cuerpo descubierto, terribles apedreamientos y encarcelamientos en tres años, (antes que viniera el rey), para que ellos pudieran tomar esta advertencia; pero ellos no lo hicieron, sino que recompensaron su amor con un trato cruel. Sólo el alcalde de Cambridge lo trató noblemente, porque le puso su capa encima, y se lo llevó a su casa.
Otro Amigo, Robert Huntingdon, fue inspirado por el Señor para ir a la iglesia de Carlisle, envuelto en una sábana blanca, entre los grandes presbiterianos y los independientes que estaban allí, para mostrarles que las ropas blancas (los sacerdotes de la iglesia del rey) volverían otra vez; y él se puso una soga alrededor del cuello para mostrarles lo que les estaba por venir; lo cual se cumplió con algunos de nuestros perseguidores no mucho tiempo después. Otro hombre, llamado Ricardo Sale, que vivía cerca de Westchester, que era un guardia del lugar donde él vivía, mandó a que le trajeran un Amigo con un pase, (a quien esos profesantes habían considerado un vagabundo, porque él viajaba por todos lados en la obra del ministerio), y este guardia, habiendo sido convencido por el amigo que trajo, le dio el pase y la libertad, y después él mismo fue echado en la cárcel. Después de esto, en un día de sermón, Ricardo Sale fue inspirado a ir a la iglesia durante el tiempo de adoración, para llevarle a esos sacerdotes y pueblo perseguidor un farol y una vela, como un símbolo de su oscuridad; pero ellos lo abusaron cruelmente, y como los profesantes oscuros que eran, lo pusieron en la cárcel llamada Little Ease, y así apretaron su cuerpo en ese lugar de modo que él murió un poco tiempo después. El Señor inspiró a los Amigos a dar muchas advertencias de varias clases a esa generación; las cuales ellos no sólo rechazaron, sino que abusaron a los Amigos, llamándonos cuáqueros de cabezas mareadas; pero Dios trajo sus juicios sobre esos sacerdotes y magistrados perseguidores. Porque cuando vino el rey, la mayoría de ellos fueron quitados de sus lugares y beneficios (cargos en la iglesia), y los que saqueaban fueron saqueados; y entonces nosotros les podíamos preguntar quienes eran los de cabezas mareadas ahora. Entonces muchos confesaron que nosotros habíamos sido verdaderos profetas en la nación, y dijeron que si nosotros hubiéramos clamado en contra de los sacerdotes solamente, ellos hubieran aceptado entonces; pero nosotros clamamos en contra de todo eso y por eso no nos querían. Pero ahora ellos dicen que esos sacerdotes que buscaban ser los mejores, eran tan malos como el resto. Porque de verdad aquellos que eran considerados los sacerdotes más eminentes eran los más amargados y los que más incitaban a los magistrados a perseguir. Y fue un juicio para ellos el ser negados la libertad de consciencia cuando vino el rey, porque cuando estaban en los puestos más elevados ellos no querían darle la libertad de consciencia a otros. Un tal Hewes, de Plymouth, sacerdote de gran notoriedad en los días de Oliverio, cuando algunas libertades fueron concedidas, oró para que Dios pusiera en los corazones de los magistrados principales de la nación quitar esta tolerancia maldita. Otros oraron en contra de esto, llamándole tolerancia intolerable. Pero un tiempo después, cuando el rey había venido, el sacerdote Hewes fue sacado de su gran beneficio por no conformarse a la oración común, un Amigo de Plymouth se encontró con él y le preguntó si él consideraba la tolerancia como maldita ahora. Y si él no estaría feliz si hubiera tolerancia. A lo cual el sacerdote no dio una respuesta, aparte de sacudir su cabeza. Pero a pesar de lo rígidos que este tipo de hombres eran en contra de la tolerancia, es bien sabido que muchos de ellos le pidieron al rey que tuviera tolerancia y le pidieron por los lugares de reunión, y también pagaron por sus permisos. Pero para regresar al tiempo presente, era la última parte del año 1660 y el comienzo del 1661. A pesar de que los Amigos, encarcelados a causa del levantamiento de los de la quinta monarquía, fueron puestos en libertad, no por eso dejaron de molestarlos, en gran manera, en sus reuniones; y pasaron por grandes sufrimientos, porque, aparte de lo que hacían los soldados y oficiales, también venían a las reuniones muchos individuos feroces y brutales. En una ocasión, vino a la reunión de Pall Mall, estando yo allí, un embajador, en compañía de unos irlandeses y de otros individuos brutales; y como la reunión se había terminado, antes de que ellos llegasen, subía a la habitación cuando oí que uno de estos decía que mataría a todos los Cuáqueros. Bajé a donde estaba y, sintiéndome dirigido a hablarle en el poder del Señor, le dije así, "Dice la ley, ojo por ojo, diente por diente; pero tú amenazas con matar a todos los Cuáqueros sin que te hayan hecho daño alguno. Mas,' continué, "he aquí palabras del evangelio para ti, aquí tienes mi cabeza, aquí tienes mis mejillas, aquí tienes mi espalda;" y al mismo tiempo se la volví. Esto los sorprendió de tal manera, que, tanto él como sus compañeros, quedaron atónitos, y dijeron; que si éstos eran nuestros principios y éramos nosotros como decíamos ser, jamás vieran cosa igual en toda su vida; y entonces les dije que era yo en mis hechos igual como en mis palabras. En esto, entró el embajador, que se había quedado fuera porque dijo que el coronel irlandés estaba tan furioso, que no se había atrevido a entrar con él por temor de que nos hiciera algo; mas, descendiendo la Verdad sobre él, se comportó afablemente con nosotros, como también el embajador; ya que el poder del Señor estaba sobre todos. En Mile-end los Amigos fueron mantenidos fuera de sus lugares de reunión por los soldados; pero los Amigos permanecieron noblemente en la verdad, valientes en el nombre del Señor, y al fin la verdad les dio dominio. Alrededor de este tiempo recibimos un informe que Juan Love, un Amigo que había sido inspirado a ir y dar testimonio en contra de la idolatría de los papistas, estaba muerto en la cárcel de Roma; y fue reportado por las monjas en Francia que él había sido ahorcado bajo las sombras de la noche. {Ellos dijeron que no tenían nada en contra de él excepto que era una amenaza para su religión; y para cubrir la vergüenza de su acto, ellos reportaron que él había ayunado hasta la muerte}. Juan Perrot también era un prisionero allí, y al ser dejado en libertad vino otra vez; pero después de su llegada aquí, él con Carlos Baily y algunos otros se alejaron de la unidad de los Amigos y la verdad. Y en esos momentos yo fui inspirado a emitir un documento, declarando cómo el Señor arremetería en contra de él y sus seguidores, si ellos no se arrepentían y volvían, y que ellos se marchitarían como la paja sobre los techos de las casas; lo cual sucedió con muchos de ellos,* pero otros se arrepintieron y regresaron.
Antes de esto, habíamos recibido noticias de Nueva Inglaterra; en las que nos hacían una relación de como el gobernador había hecho una ley por la que desterraba a todos los Cuáqueros de sus colonias, bajo pena de muerte si volvían; y que algunos Amigos así desterrados, volvieron, y fueron ahorcados, y que muchos más estaban en las cárceles en peligro de ser llevados al suplicio. Cuando los primeros fueron sentenciados a muerte, estaba yo en la prisión de Lancaster, y, a pesar de que entonces nada sabíamos de esto, sentí sus sufrimientos como si se tratase de mí mismo y como si la soga rodease mi propio cuello, aunque en esos momentos no habíamos oído de esto. Cuando lo supimos, Eduardo Burrough fue a ver al rey y le dijo que en sus dominios se había abierto una vena de sangre inocente que de no cerrarse amenazaba con inundarlo todo; a lo cual el rey replicó, "Pero yo la cerraré;" y entonces Eduardo Burrough le dijo, "En ese caso, hágalo enseguida, porque no sabemos cuantos serán, muy pronto, condenados a muerte." "Tan deprisa como usted quiera. Llamen," dijo a alguien que estaba presente, "al secretario y ahora mismo lo haré." Y llamando al secretario un mandamus fue autorizado inmediatamente. Uno o dos días después, Eduardo Burrough volvió a ver al rey para que el asunto se arreglase enseguida; y le dijo el rey que, de momento, no se le presentaba ocasión de mandar allí ningún barco, pero que si nosotros queríamos, podíamos hacerlo tan pronto como quisiéramos. Eduardo Burrough preguntó entonces al rey, si querría mandar, como diputado suyo, a uno de los llamados Cuáqueros; para que llevase el mandamus a Nueva Inglaterra; y el rey le respondió, "Sí, a quien ustedes quieran;" a consecuencia de lo cual, E. B., llamado Samuel Shattock, a lo que me acuerdo, que había vivido en Nueva Inglaterra, siendo desterrado por la ley en contra de los Cuáqueros, bajo pena de muerte si volvía, recibió la autorización de ir como diputado del rey. Entonces, mandamos a buscar a Rodolfo Goldsmith, un Amigo honesto, que poseía un buen barco, y convenimos con él en que, por trescientas libras, se haría a la mar en diez días, con o sin mercancías; y, disponiéndose a salir, inmediatamente, con viento favorable llegaron, en cosa de seis semanas, a la ciudad de Boston, en Nueva Inglaterra, el Primer día por la mañana, llamado Domingo. Muchos pasajeros se embarcaron, de la vieja y nueva Inglaterra, Amigos, a quienes el Señor había dirigido a ir, para dar testimonio en contra de aquellos perseguidores sanguinarios que, en aquellos días, excedieran a todos los demás, en sus persecuciones. Los habitantes de Boston, al ver que entraba en la bahía un barco con los colores ingleses, enseguida subieron a bordo preguntando por el capitán; y Rodolfo Goldsmith les dijo que él era el comandante. Le preguntaron si traía cartas y al responderles afirmativamente le preguntaron entonces si quería entregarlas; y les respondió, "Hoy no." Después de esto, bajaron a tierra y fueron diciendo que había llegado un barco lleno de Cuáqueros, y que con ellos estaba Samuel Shattock, que sabían que sería condenado a muerte por su ley, de volver después de haber sido desterrado; mas ellos no sabían del mensaje que traía ni de la autoridad con que venía investido. Aquel día, nadie desembarcó, prohibiéndose que bajase a tierra ningún pasajero; y a la mañana siguiente, desembarcaron, Samuel Shattock, diputado del rey, y Rodolfo Goldsmith, comandante del barco; y, dando orden de que volviesen al barco los que los habían llevado a tierra, solos fueron por la ciudad, hasta la puerta del gobernador, Juan Endicott, y llamaron. El gobernador, mandó a un hombre para que los oyese y le mandaron a decir que lo que allí los llevaba era asunto del rey de Inglaterra; y que a nadie darían su mensaje más que al mismo gobernador. Fueron entonces admitidos, y el gobernador vino a su encuentro; y, luego que hubo recibido la diputación y el mandamus, se quitó el sombrero y se los quedó mirando. Entonces se dispuso a salir y, pidiendo a los Amigos que lo acompañasen, fue a ver al diputado gobernador; y después de una breve consulta, salió y dirigiéndose a los Amigos, dijo, "Nosotros tenemos que obedecer los mandatos de Su Majestad." Después de esto, el comandante dio libertad a los pasajeros de que bajasen a tierra; y, como en el momento había corrido por la ciudad lo sucedido, los Amigos de la ciudad y los del barco se reunieron para ofrecer alabanzas y gracias al Señor, que de tan maravillosa manera los había librado de las fauces del que iba a devorarlos. Mientras así estaban juntos llegó un pobre Amigo que, sentenciado a muerte, por tan sanguinaria ley, había estado algún tiempo preso con grillos, esperando ser ejecutado; y esto se añadió a su alegría, haciendo que elevasen sus corazones en alabanzas al Señor, que eternamente merece gloria, alabanza y honor; ya que solo El puede salvar a todos los que sinceramente confían en El. A continuación una copia del mandamus.
Algún tiempo después vinieron varios de estos magistrados de Nueva Inglaterra, con uno de sus sacerdotes. Tuvimos varios discursos con ellos con respecto a la muerte de nuestros amigos a manos de ellos, quienes habían sido siervos del Señor; pero ellos estaban avergonzados de respaldar sus acciones sanguinarias. En una de esas reuniones le pregunté a Simón Broadstreet, uno de los magistrados de Nueva Inglaterra, si es que él había tenido parte en la muerte de esos cuatro siervos de Dios, a quienes ellos ahorcaron sólo por ser cuáqueros, como ellos le habían puesto por sobrenombre. El confesó que sí había tenido parte, y entonces yo le pregunté, y al resto de sus asociados que estaban presentes, si es que ellos reconocían que estaban sujetos a las leyes de Inglaterra. Y si lo eran, entonces por cuál ley ellos le habían dado muerte a nuestros amigos. Ellos dijeron que estaban sujetos a las leyes de Inglaterra, y que les habían dado muerte a nuestros amigos por la misma ley por la cual los jesuitas fueron ejecutados en Inglaterra. Entonces les pregunté si ellos creían que nuestros amigos, a los cuales ellos habían dado muerte, eran jesuitas, o si creían que habían sido afectados por los jesuitas. Ellos dijeron que no. Entonces yo les dije que ellos los habían asesinado si les habían dado muerte por la misma ley que era usada para ejecutar a los jesuitas aquí en Inglaterra, y sin embargo confesaban que no eran jesuitas. Por esto parecía claro que ellos les habían dado muerte por su propia voluntad, sin ninguna ley. Entonces Simón Broadstreet, cuando se dio cuenta que él y su grupo habían sido atrapados por sus propias palabras, preguntó si habíamos venido a tenderles una trampa. Yo le dije que ellos se habían atrapado a sí mismos, y que podían ser justamente interrogados por sus vidas; y si el padre de William Robinson, (que era uno de los que habían muerto), estuviera en la ciudad, era probable que él los interrogara, y pusiera sus vidas en peligro. En esos momentos ellos comenzaron a excusarse a sí mismos, diciendo que no había persecución ahora entre ellos; pero a la mañana siguiente nosotros teníamos cartas de Nueva Inglaterra, que nos daban un registro de que nuestros amigos habían sido perseguidos allí recientemente. Por lo tanto nosotros fuimos con ellos otra vez, y les mostramos nuestras cartas, lo cual los silenció y los avergonzó. Ellos parecían estar muy atemorizados, en caso que alguien los llamara a rendir cuentas, y los procesaran judicialmente por sus vidas, (especialmente Simón Broadstreet); porque él había confesado ante tantos testigos que él había tenido parte en la muerte de nuestros amigos, que no podía negarlo; aunque él después atemorizado arrastró sus pies, y no lo hubiera dicho otra vez. Después de esto él y el resto pronto se fueron de la ciudad, y se fueron a Nueva Inglaterra otra vez. Yo también fui con el gobernador Winthrop, y discutí con él acerca de estos asuntos; pero él me aseguró que no había tenido parte en la muerte de nuestros amigos, o de perseguirlos en ninguna manera, sino que había sido uno de los que protestaron en contra de ello. Estos miserables perseguidores de Nueva Inglaterra eran personas que habían huido de la vieja Inglaterra por las persecuciones de los obispos; pero cuando ellos tuvieron el poder en sus manos, excedieron de tal manera a los obispos en severidad y crueldad, que mientras que los obispos les habían hecho pagar doce peniques cada (así llamado) Domingo, por no ir al servicio de adoración en ese lugar, ellos impusieron una multa de cinco chelines al día sobre los que no estaban de acuerdo con la adoración en ese lugar, y saquearon las propiedades de los Amigos que no podían pagar. Además, muchos fueron encarcelados, y muchos fueron azotados de la manera más cruel; ellos cortaron las orejas de algunos, y ahorcaron a otros; como bien se enseña en los libros de los sufrimientos de los Amigos en Nueva Inglaterra, particularmente el que fue escrito por Jorge Bishop de Bristol, titulado: 'Nueva Inglaterra Juzgada:' (en dos partes.) Algunos de los viejos monarquistas fueron serios en procesar judicialmente a los Amigos; pero nosotros les dijimos que los dejábamos al Señor, a quien pertenece la venganza, y él los recompensaría. Y los juicios de Dios desde entonces han caído pesadamente sobre ellos; porque los indios se han levantado en contra de ellos, y eliminado a muchos.
Alrededor de este tiempo perdí un muy buen libro, tomado en las manos del publicador; era un libro útil de enseñanza. {Era tal libro de enseñanza que no ha habido otro así}, que contenía el significado y la explicación de los nombres, parábolas, tipos, y figuras en las escrituras. Aquellos que lo tomaron estaban afectados de tal manera que temían ser destruidos por él; pero pensando obtener un gran provecho de él, ellos nos hubieran dejado tenerlo otra vez, si les dábamos una gran suma de dinero por él; lo cual no teníamos libertad de hacer. Antes de esto, mientras estaba yo preso en el castillo de Lancaster, se publicó un libro llamado "The Battledore," que se escribió para demostrar que, en todas las lenguas [fue escrito en 25 lenguas], la forma tú, es la propia para hablar a una sola persona, y vos a más de una. Esto se probó, en cerca de treinta lenguas, con ejemplos sacados de las Escrituras y de libros de texto, que a J. Stubbs y a Benjamín Furly mucho les costó recopilar, por indicación mía, añadiendo yo algunas cosas. Cuando el libro estuvo terminado, se le enviaron copias al rey y a su consejo, a los obispos de Canterbury y de Londres, y a cada una de las dos universidades; y muchos lo compraron. El rey dijo que era un lenguaje apropiado para todas las naciones. El obispo de Canterbury, cuando se le preguntó lo que pensaba, estaba en una posición tal que no sabía qué decir acerca de esto. Porque informaba y convencía a la gente de tal manera, que sólo unos pocos después fueron tan duros con nosotros por decir tú y ustedes, por lo cual ahora ellos estaban muy furiosos con nosotros. Porque la palabra tú era una cortadura dolorosa para su carne orgullosa y para aquellos que buscaban el honor propio; quienes, aunque ellos se lo decían a Dios y a Cristo, no soportaban que se los dijeran a ellos. De modo que nosotros a menudo fuimos golpeados y abusados y a veces nuestras vidas peligraron por usar esas palabras con algunos hombres orgullosos, quienes decían ‘¡Qué! payaso malcriado, ¡me tuteas!' como si hubiera una cultura cristiana en decirle tú a alguien, lo cual es contrario a sus libros de gramática y enseñanza, con los cuales ellos instruyeron a sus jóvenes. Ahora, debido a que los obispos romanos y sacerdotes estaban ocupados y ansiosos de establecer su forma de adoración, y obligar a todos que la siguieran, fui inspirado a emitir el siguiente documento, para explicar la naturaleza de la verdadera adoración que Cristo estableció, y que Dios acepta; como sigue:
Alrededor de este tiempo muchos papistas y jesuitas comenzaron a lisonjear a los Amigos, y a hablar de acá para allá cuando venían, que de todas las sectas, los cuáqueros eran los mejores y los que más se negaban a sí mismos; y decían que era una lástima que ellos no regresaran a la iglesia madre. Así comenzaron un rumor entre la gente, y dijeron que ellos estarían dispuestos a conversar con los Amigos. Pero los amigos estaban reacios a meterse con ellos porque eran jesuitas, creyendo que eso sería tanto peligroso como escandaloso. Pero cuando yo lo entendí, les dije a los Amigos, ‘Discutamos con ellos, no importa cómo sean.' De manera que se señaló una hora para reunirnos en la casa de Gerardo Roberts, y dos de ellos vinieron como cortesanos. Ellos nos preguntaron nuestros nombres, lo cual les dijimos; pero nosotros no les preguntamos sus nombres, porque entendíamos que ellos eran llamados papistas, y ellos sabían que nosotros éramos llamados cuáqueros. Les hice la misma pregunta que anteriormente le había hecho a un jesuita, es decir, 'Si es que la iglesia de Roma se había degenerado de la iglesia en los tiempos antiguos, del espíritu, el poder y la práctica en la que estaban los apóstoles. Aquel a quien le hice esta pregunta, sutilmente dijo que él no la contestaría. Le pregunté por qué. Pero él no daba una razón. Su compañero dijo que él me contestaría, y dijo que ellos no se habían degenerado del estado de la iglesia en los tiempos antiguos. Le pregunté al otro si es que él era de la misma opinión. Él dijo que sí. Entonces les respondí, para mejor entendimiento los unos de los otros, y para que no hubiera ninguna equivocación, que repetiría mi pregunta de la siguiente manera: 'Si es que la iglesia de Roma ahora estaba en la misma pureza, práctica, poder y espíritu en la que estaba la iglesia en los tiempos de los apóstoles.' Cuando ellos vieron que nosotros seríamos exactos con ellos, se agitaron mucho y lo negaron diciendo que ‘era presunción en cualquier persona decir que uno tenía el mismo poder y espíritu que tenían los apóstoles.' Yo les dije que era presunción de parte de ellos el interferir con las palabras de Cristo y los apóstoles, y hacerle creer a la gente que ellos eran sucesores de los apóstoles, y que sin embargo estaban forzados a confesar que 'ellos no estaban en el mismo poder y espíritu en el que estaban los apóstoles;' éste, dije yo, es un espíritu de presunción, y es reprochado por el espíritu de los apóstoles. Les mostré lo diferente que eran sus frutos y prácticas de los frutos y prácticas de los apóstoles. Entonces uno de ellos se levantó y dijo: 'Ustedes son un grupo de soñadores.' No, dije yo, ustedes son los soñadores sucios, que sueñan que son los sucesores de los apóstoles, y sin embargo confiesan 'que no están en el mismo poder y espíritu en el que estaban los apóstoles.' Y que si acaso no son ellos contaminadores de la carne, que dicen que ‘es presunción para cualquier persona el decir que están en el mismo poder y espíritu que tenían los apóstoles.' ‘Ahora’, yo dije, 'si ustedes no tienen el mismo poder y espíritu que tenían los apóstoles, entonces es manifiesto que ustedes son guiados por otro poder y espíritu que no es el que guió a los apóstoles y a la iglesia primitiva.' Entonces comencé a decirles cómo ese espíritu maligno, con el cual ellos eran guiados, los había llevado a orar con cuentas y con imágenes, y a establecer conventos, abadías y monasterios, y a ejecutar personas por causa de la religión; y les mostré que esta práctica estaba bajo la ley, y muy lejos del evangelio, en el cual está la libertad. Pronto se cansaron de la conversación, y se marcharon; y nosotros oímos que le dieron una orden a los papistas 'que no debían disputar con nosotros, ni leer ninguno de nuestros libros.' Así nos deshicimos de ellos; pero tuvimos razonamientos con todas las otras sectas: presbiterianos, independientes, Seekers, bautistas, episcopales, socinianos, brownistas, luteranos, calvinistas, arminianos, hombres de la quinta monarquía, familistas, mugletonianos, y Ranters; ninguno de los cuales podían afirmar que tenían el mismo poder y el mismo espíritu que tenían y en el cual estaban los apóstoles. De manera que en ése poder y espíritu el Señor nos dio dominio sobre todos ellos. En cuando a los hombres de la quinta monarquía, fui inspirado a escribir un documento para manifestarles su error; porque ellos buscaron el regreso personal de Cristo en una forma y una manera externa, y fijaron la fecha para el año 1666; y en esa ocasión algunos de ellos se prepararon cuando tronó y llovió, al pensar que Cristo había venido en ese entonces a establecer su reino, y ellos imaginaron que debían matar a la ramera que estaba fuera de ellos. Pero yo les dije que la ramera estaba viva dentro de ellos, y que no fue quemada con el fuego de Dios, ni juzgada en ellos con el mismo poder y espíritu en el que estaban los apóstoles. Y su búsqueda de la venida externa de Cristo para establecer su reino fue como cuando los fariseos decían 'helo aquí' o 'helo allá.' Pero Cristo ha venido y ha establecido su reino más de mil seiscientos años atrás (de acuerdo al sueño de Nabucodonosor y a la profecía de Daniel), y él destruyó las cuatro monarquías, la gran imagen, y su cabeza de oro, pecho y brazos de plata, su vientre y muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies parte de hierro y parte de barro; y todos fueron llevados con el viento de Dios, como la paja en la era de verano. Y cuando Cristo estaba en la tierra, él dijo que su reino no era de este mundo: si lo hubiera sido, sus siervos habrían peleado; pero no lo era, por lo tanto sus siervos no pelearon. Por lo tanto, todos los hombres de la quinta monarquía, que pelean con armas carnales, no son siervos de Cristo, sino de la bestia y de la ramera. Cristo dijo: ‘Todo poder en el cielo y en la tierra me ha sido dado;' entonces su reino fue establecido más de mil seiscientos años atrás, y él reina. Y nosotros vemos a Jesucristo reinar, dijo el apóstol: ‘y él reinará hasta que todas las cosas sean puestas bajo sus pies;' aunque todas las cosas todavía no están bajo sus pies, ni han sido subyugadas. FIN DEL VOLUMEN I
Este año varios Amigos fueron inspirados a atravesar el océano, para publicar la verdad en países extranjeros. Juan Stubbs, Enrique Fell, y Ricardo Costrop fue inspirado a ir hacia China y el país de Prester John (India); pero ningún capitán de barco quería llevárselos. Con un gran esfuerzo, ellos obtuvieron una orden del rey; pero la Compañía del Este de India encontró formas de evitarlo, y los capitanes de sus barcos rehusaron llevárselos. Entonces ellos se fueron a Holanda, esperando encontrar pasaje allí; pero no lo pudieron encontrar allí tampoco. Entonces Juan Stubbs y Enrique Fell tomaron un barco que se dirigía a Alejandría en Egipto, con la intención de seguir por caravana de allí en adelante. Mientras tanto Daniel Baker estaba determinado a ir a Esmirna (Grecia) persuadido por Ricardo Costrop para que lo acompañara, contrario a su propia libertad; y en fue en ese viaje que Ricardo se enfermó, y Daniel Baker lo dejó enfermo en el barco, donde él murió. Pero Baker, ese hombre de corazón duro, después perdió su propia condición. Juan Stubbs y Enrique Fell viajaron exitosamente hacia Alejandría; pero no había pasado mucho tiempo, antes que el cónsul inglés los desterrara de allí. Sin embargo, antes de irse, ellos habían repartido muchos libros y documentos en ese lugar, lo cual abrió los principios y el camino hacia la verdad para los turcos y los griegos. Ellos le dieron un libro llamado "La fortaleza del Papa quebrantada" a un viejo fraile, para que él se lo diera o se lo enviara al papa; cuando el fraile leyó este libro, poniéndose las manos al pecho confesó que lo que estaba escrito allí era verdad; pero (dijo él) si lo confesaba abiertamente, lo quemarían. Juan Stubbs y Enrique Fell, al no permitírseles que siguieran adelante, regresaron a Inglaterra, y fueron a Londres otra vez. Juan tuvo una visión que los ingleses y los holandeses, que se habían unido al rehusar darles pasaje en sus barcos, 'se harían enemigos los unos con los otros.' Y así sucedió. Después de estar en Londres por algún tiempo, sentí el deseo de visitar Amigos en Essex. Fui a Colchester, donde tuve grandes reuniones, y de allí me fui a Coggeshall; no lejos de allí había un sacerdote que estaba convencido, y tuve una reunión en su casa. De modo que después de viajar un poco mientras visitábamos Amigos en sus reuniones, regresé rápidamente a Londres. Allí encontré un servicio para el Señor; porque se abrió una gran puerta, muchos acudieron a nuestras reuniones, y la verdad del Señor se esparció poderosamente ese año. Sin embargo los Amigos tenían grandes tribulaciones y labores intensas, porque la gente grosera se habían hecho tan opresivos debido a la revuelta de los hombres de la monarquía que había sucedido un tiempo antes. Pero el poder del Señor estaba sobre todos, y en él los Amigos tenían dominio; aunque nosotros no teníamos solamente esos sufrimientos exteriores, sino también sufrimientos internos por causa de Juan Perrot y su grupo, quienes escuchaban un espíritu de engaño y tratando de introducir entre los Amigos esa práctica impía y desagradable de ‘dejarse el sombrero puesto durante de la oración pública.' Los Amigos habían hablado con él y con muchos de sus seguidores acerca de esto, y yo les había escrito acerca de esto; pero en cambio, él y algunos otros se fortalecieron a sí mismos en la oposición a los Amigos en este asunto. Por lo tanto, sintiendo el juicio de la verdad que se levantaba en contra de esto, yo les escribí las siguientes líneas como una advertencia para todos los que estaban envueltos.
Entre los muchos disgustos que pasaban los Amigos, por cuestiones externas, se referían algunos a la cuestión de sus matrimonios, que muchas veces fueron puestos en duda. Este año, se celebró un juicio en la sala de la audiencia de Nottingham, discutiéndose el siguiente caso. Algunos años antes, dos Amigos se unieron en matrimonio, entre los Amigos, y vivieron juntos como marido y mujer por cerca de dos años; y el hombre murió dejando a su mujer, que estaba encinta, tierras con su debida escritura. Cuando la mujer hubo dado a luz, el jurado presentó al niño como heredero de las tierras de su padre, quedando así legalizado. Más tarde, otro Amigo se casó con la viuda y después de esto, un hombre, que tenía algún parentesco con el primer marido, puso pleito en contra del Amigo que se había casado con la viuda, intentando desposeerlos y privar al niño de su herencia en beneficio propio, por ser él el heredero mas próximo del muerto; y para conseguirlo, intentó probar que el niño era ilegítimo alegando que el matrimonio no se había celebrado de acuerdo con la ley. Al abrirse la causa, el consejo que hacía la demanda empleó palabras de lo más indecentes refiriéndose a los Amigos, diciendo, además de otras pésimas expresiones, que se aparejaban como las bestias. Luego que los consejos de ambos lados hubieron alegado sus razones, el juez (que era el juez Archer), tomó el asunto por su cuenta, y lo expuso al jurado diciéndole que, en el Paraíso, había habido un matrimonio cuando Adán tomó a Eva y Eva tomó a Adán; y que era el consentimiento de las dos partes lo que hacía válido el matrimonio. En cuanto a los Cuáqueros, dijo que no conocía sus opiniones, pero que no creía que se uniesen como las bestias, según se había dicho, sino como cristianos; y, a consecuencia de todo lo dicho, resultaba que el matrimonio era legal y el niño heredero legítimo. Y para mejor satisfacer al jurado, le puso el siguiente ejemplo, con esta intención. Un hombre que, débil de cuerpo, yacía en el lecho, quiso casarse en tal estado, y para ello declaró, ante testigos, que tomaba por esposa a la mujer elegida, la cual también declaró que tomaba a aquel hombre por marido. Este casamiento fue después llevado a juicio y, según dijo el juez, todos los obispos de aquella época decidieron que el matrimonio era legal. Ante esto, el jurado dio el veredicto en favor del niño y en contra del hombre que lo había querido desposeer de su herencia. Alrededor de este tiempo los votos de lealtad y supremacía eran ofrecidos a los Amigos como una trampa, porque se sabía que no podíamos jurar, y por lo cual muchos fueron encarcelados y muchos fueron acusados. Después de esa ocasión los Amigos publicaron de forma impresa ‘los fundamentos y las razones por las cuales rehusaban jurar;' y aparte de esto fui inspirado a escribir estas pocas lineas, para que fueran dadas a los magistrados:
Debido a que habían muchos Amigos en la cárcel en esta nación, Ricardo Hubberthorn y yo preparamos un documento con respecto a ellos; y se lo enviamos al rey, para que él pudiera entender cómo sus oficiales nos trataron a nosotros, el cual decía lo siguiente:
Antes mencioné, como en el año de 1650, estuve preso seis meses en la casa de corrección de Derby, y como, el carcelero, que era un hombre cruel, se había comportado perversamente conmigo, haciéndose así daño a sí mismo, ya que, por esta razón, cayeron sobre él las plagas del Señor. Este hombre, después se convirtió de la Verdad y me escribió la siguiente carta.
Habían dos de nuestras amigas en la cárcel por causa de la inquisición en Malta, ambas mujeres: Catharine Evans y Sara Chevers. Se me dijo que uno que se llamaba lord D' Aubeny podía obtener su libertad; por lo tanto fui con él; y habiéndole informado con respecto a su encarcelamiento, le pedí que le escribiera a los magistrados de ese lugar para pedirles su libertad. Él inmediatamente me prometió que lo haría y me dijo que si yo venía otra vez en un mes él me contaría acerca de su liberación. Yo volví después de ese tiempo, y él me dijo que pensaba que su carta se había perdido, porque no había recibido respuesta. Pero prometió que escribiría otra vez, y lo hizo; y ellas fueron puestas en libertad.
Luego que me hube detenido algún tiempo en Londres, y hube allí cumplido con los servicios que en aquellos días el Señor me había encomendado, me fui al campo en compañía de Alejandro Parker y de Juan Stubb, quienes habían recientemente regresado de Alejandría, Egipto, como fue mencionado anteriormente. Viajamos a través del país, visitando a los Amigos hasta que llegamos a Bristol. Allí oímos de que los oficiales se disponían a venir a disolver nuestra reunión; mas con todo y ello fuimos a la reunión en Broadmead como habíamos planeado. Alejandro Parker se levantó primero, mientras estaba hablando vinieron los oficiales y se lo llevaron. Después de que se marchó me puse yo en pie y declaré la infinita Verdad del Señor Dios, en Su eterno poder, que descendió sobre todos. La reunión transcurrió en calma todo el resto del tiempo y luego se disolvió pacíficamente. Allí me quedé hasta el siguiente Primer día, visitando a los Amigos y siendo visitado por ellos. El Primer día siguiente, varios Amigos vinieron a casa de Eduardo Pyot, (donde había yo pasado la noche) e hicieron grandes esfuerzos para persuadirme de que no fuese aquel día a la reunión, pues, según decían, los magistrados habían amenazado con prenderme, habiendo ya movilizado las milicias. Mas yo quise que fuesen a la reunión sin decirles lo que intentaba hacer; y luego dije a Eduardo Pyot que tenía la intención de ir yo también, y entonces el mandó a su hijo que me enseñara el camino desde su casa a través de los campos. Cuando me encaminaba a la reunión, me encontré con varios Amigos que venían a impedir que fuera y que hicieron todo lo imaginable para detenerme. "¡Ay!" decían los Amigos, "¡Pero qué! ¿Quieres ir a meterte en la boca del lobo?" Y otro dijo "¿quieres meterte en la boca del dragón?" Los aparté y, siguiendo adelante, cuando llegué a la reunión, Margarita Thomas estaba hablando; y cuando hubo terminado, yo me puse en pie. Vi la preocupación y el temor en los Amigos, por causa mía; pero el poder del Señor, en el que hablé, pronto disipó sus temores; la vida irrumpió y celebramos una gloriosa reunión. Luego que hube terminado con todo cuanto recibiera del Señor para decir en aquella reunión, me sentí dirigido a orar; y volviendo luego a ponerme en pie, dije a los Amigos, que bien podían ver como había un Dios en Israel que podía libertar. Fue esta una larga reunión muy fervorosa; la Verdad fue sobre todos, la vida fue exaltada, difundiéndose por todos, y luego nos separamos en paz. Habían estado los oficiales y soldados disolviendo otra reunión, de modo que la nuestra se terminó antes de que llegasen. Mas luego supe que estaban enfurecidos porque me escapé; pues se oyó que uno decía a otro, "Doy por seguro que lo hemos de coger;" mas el Señor los contuvo. Fui a la casa de Joan Hily, donde muchos Amigos vinieron a verme; regocijándose y bendiciendo a Dios por nuestra liberación. Al atardecer, tuve una nueva reunión en la casa de un Amigo que estaba sobre el agua, donde recibimos mucho refrigerio del Señor. Después de esto me quedé la mayor parte de la semana en Bristol, y en la casa de Eduardo Pyot. Eduardo fue dejado tan humillado y débil con una enfermedad, que al principio cuando yo llegué, parecía un hombre moribundo; pero le agradó al Señor levantarlo otra vez, de manera que, antes que yo me fuera, su enfermedad lo había dejado, y él estaba muy bien. Habiendo pasado dos primeros días en las reuniones de Broadmead, y sintiendo que mi espíritu estaba despejado de Bristol, fui al siguiente primer día a una reunión en el campo que no quedaba muy lejos. Y después de la reunión, (algunos Amigos de Bristol me dijeron), que los soldados habían rodeado el lugar de reunión en Bristol, y después dijeron que ellos por seguro me agarrarían; pero cuando no me encontraron allí, ellos se enfurecieron mucho, y mantuvieron a los Amigos en el lugar de reunión la mayor parte del día antes de dejarlos ir a casa; y les preguntaron por dónde me había ido, y cómo podían ir detrás de mí. Porque al alcalde (dijeron ellos) le gustaría haber hablado conmigo. Yo tuve una visión de un gran perro mastín que me quería morder; pero yo le puse una mano sobre la mandíbula, y la otra mano por debajo, y le partí la mandíbula en pedazos. Así el Señor rompió el poder de ellos en pedazos y permitió que yo me pudiera escapar. Entonces yo pasé por todo el país, visitando Amigos en Wiltshire y Berkshire, hasta que llegué a Londres, teniendo grandes reuniones entre los Amigos a medida que avanzaba. El poder del Señor descendió sobre todos, y fue un tiempo bendito para esparcir la verdad gloriosa. Era en realidad el poder inmediato del Señor que me mantuvo fuera de sus manos en Bristol y sobre las cabezas de todos nuestros perseguidores; y sólo el Señor es digno de toda la gloria, quien me defendió y me guardó por causa de su nombre y de la verdad. El propósito de este sitio es enseñar cómo vivir |