CAPÍTULO XXII Encarcelamiento en Worcester y regreso a Swarthmoor 1673-1675 Después de permanecer algún tiempo en Londres, me despedí de mis Amigos y, junto con mi mujer y su hija Raquel, fui al campo, a casa de Guillermo Penn, en Rackmansworth, donde, al día siguiente, llegó Tomás Lower, para acompañarnos en nuestro viaje hacia el Norte. Después de visitar a los Amigos de los alrededores, fuimos a casa de Bray D'Oyley, en Adderbury, en Oxfordshire, donde, el Primer día, celebramos una gran y preciosa reunión. Debido a que la Verdad se había esparcido muy bien, y los Amigos en aquellas partes habían aumentado mucho en número, se establecieron dos o tres reuniones nuevas en esa área. Por la noche, mientras cenábamos, sentí que me llevaban preso, mas no dije nada a nadie. Levantándonos al día siguiente, antes del amanecer, pasando por Worcestershire, fuimos a casa de Juan Halford, en Armscot, en la parroquia de Trevington, donde celebramos una nutrida y eficaz reunión, en el pajar, sintiendo entre nosotros la poderosa presencia de Dios. Después de la reunión, cuando ya se habían ido la mayor parte de los Amigos, y estaba yo sentado en en salón departiendo con varios Amigos que se habían quedado, se presentó en la casa un tal Enrique Parker, a quien llamaban juez, acompañado de un tal Rolando Hains, un eclesiástico de Honington, en Warwickshire. Este juez, se había enterado de la reunión, por medio de una mujer Amiga, nodriza de uno de sus hijos, la cual había pedido permiso a su ama para ir a la reunión a verme, y, habiendo ésta hablado de ello a su marido, éste, junto con el eclesiástico tramaron lo de venir a disolver la reunión y a prenderme. Sin embargo, como aquel mismo día bautizaron a su hijo, mucho se entretuvieron en la mesa, llegando cuando la reunión se había terminado y marchado la mayoría de Amigos. Pero, con todo y que no había reunión, cuando llegaron, como yo, la persona a quien buscaban, estaba allí, el susodicho Enrique Parker, me prendió y también a Tomás Lower, y aunque, de nada podía acusarnos, nos mandó a los dos a la cárcel de Worcester; valiéndose de una extraña forma de auto de prisión, que sigue a continuación:
Hechos así prisioneros, y sin trazas de que nos pusieran en libertad hasta las sesiones trimestrales del tribunal, a lo más pronto, unos Amigos acompañaron a mi mujer y a su hija hasta el Norte; mientras a nosotros nos conducían a la cárcel de Worcester, desde donde, cuando me pareció que mi mujer habría ya llegado a su casa, le escribí la siguiente carta:
Desde mi encarcelamiento me había enterado de que mi madre, mujer anciana, que vivía en Leicestershire, tenía ardientes deseos de verme antes de morir; y cuando supo que me habían detenido, le atacó esto de tal manera al corazón que, de ello murió, según decía una carta que recibí del doctor de aquel lugar. En verdad, la quería tanto como se quiere a una madre y cuando hube leído la carta en que me anunciaban su muerte, fui preso, de repente, de grandes congojas; y cuando mi espíritu hubo salido de todo ello, la vi en la resurrección, así como a mi padre carnal. Cuando hacía ya algún tiempo que estábamos en la prisión, creímos conveniente exponer nuestro caso al Lord-teniente de Worcester, llamado Lord Windsor, así como a los tenientes diputados y a los otros magistrados; lo cual hicimos con la siguiente carta:
Mas a pesar de la rogativa enviada, a Lord Windsor, no se nos puso en libertad; y si bien, Tomás Lower, recibió varias cartas de su hermano, el Dr. Lower, que era uno de los médicos del rey, concernientes a su libertad, y una que por su influencia obtuvo de Enrique Savile, que pertenecía al cuarto dormitorio del rey, dirigida a su hermano, el llamado Lord Windsor, para el mismo efecto; como sólo se referían a su libertad y no a la mía, tan grande era su amor por mí y la consideración que me tenía, que no quiso hacer uso de ellas guardándoselas sin enviarlas. De modo que presos continuamos hasta las siguientes sesiones generales de cada trimestre, en cuya época, varios Amigos, que estaban en la ciudad, provenientes de diferentes lugares, hablaron a los magistrados de nosotros; los cuales les respondieron de muy buena manera, diciéndoles que seríamos absueltos. Muchos eran los magistrados a quienes parecía desagradar la severidad de procedimientos de Parker, en contra nuestra, y decían que sentían gran aversión por ponernos la trampa de obligarnos a prestar juramento. Algunos Amigos habían también hablado a Lord Windsor, que lo mismo parecía estar muy bien dispuesto; de modo que era opinión general, la de que seríamos absueltos. Supimos también que el Dr. Lower se había procurado una carta del coronel Sands, de Londres, dirigida a uno de los magistrados, abogando en favor nuestro. Al igual que algunos magistrados dijeron a los Amigos que nos hicieran saber que quisieran que no hablásemos mucho en la sala, por temor de que provocásemos a alguien del tribunal, y que decretarían nuestra absolución. No nos llamaron hasta el último día de las sesiones, que fue el día veintiuno del Undécimo mes de 1673-4. Cuando entramos en la sala del tribunal, muy pálidos estaban los rostros de todos ellos y transcurrió algún tiempo antes de que nadie hablase; tanto así que un carnicero, que estaba en el público, gritó, "¡Qué! ¿Acaso tienen miedo? ¿Es qué los magistrados no se atreven a hablarles?" Finalmente, antes de que nos dirigieran la palabra, el magistrado Parker, pronunció un largo discurso desde el tribunal, diciendo más o menos lo ya mencionado en el auto de prisión; refiriéndose muchas veces a las leyes comunes, mas sin especificar cual era la que habíamos transgredido, añadiendo que había creído medida más suave, mandarnos a los dos a la prisión, que poner a sus vecinos en el caso de perder doscientas libras esterlinas, que era la pena obligada, de haber él puesto en ejecución la ley en contra de conventículos. Mas en esto daba pruebas de ser, o muy ignorante o muy embustero, porque no celebrándose reunión alguna, cuando él llegó, ni haber allí quien lo informase de tal cosa, no tenía evidencia para declararnos convictos de haber faltado a la ley, a nosotros o a sus vecinos. Cuando Parker hubo terminado su discurso, los magistrados, se dirigieron a nosotros, empezando por Tomás Lower, a quien interrogaron sobre el motivo de su ida a aquella región; de lo cual, les dio él, una sencilla y completa explicación. De vez en cuando, decía yo algo, mientras lo interrogaban; y entonces me dijeron que lo estaban interrogando a él, y que cuando me llegase mi turno, tendría absoluta libertad de hablar, puesto que no pensaban impedírmelo, sino que dispondría de todo el tiempo necesario, sin que pretendieran tendernos trampa alguna. Cuando terminaron con Tomás Lower, me pidieron que les hiciera un relato de mi viaje, lo cual hice, como anteriormente se menciona, pero más extensamente. Y debido a que el magistrado Parker, para agravar el caso, andaba armando gran ruido, diciendo que, en la casa donde me habían detenido, "había gentes de Londres, otros del Norte, algunos de Cornwall y también de Bristol"; les dije que, en cierto modo, eran todos una misma familia, porque de Londres era yo el único, del Norte no había allí nadie más que mi mujer y su hija, y, de Cornwall, solamente mi yerno, Tomás Lower; mientras que de Bristol, solo un Amigo, mercader de aquella ciudad, que nos encontró de manera providencial, para poder asistir a mi mujer y a su hija, en su viaje hacia su casa, cuando por razón de nuestro encarcelamiento, quedaron sin nuestra compañía y apoyo. Cuando hube terminado, el presidente, cuyo nombre era Simpson, antiguo Presbiteriano, me dijo, "Vuestro relato o explicación es muy inocente." Entonces, él y Parker, cuchichearon unas palabras y, después, el presidente, poniéndose de pie, dijo, "Vos Sr. Fox, sois un hombre famoso y puede que todo lo que habéis dicho sea cierto; mas, para nuestra mayor satisfacción. ¿Queréis prestar los juramentos de Fidelidad y Supremacía?" Les dije entonces, que habían ellos dicho que no nos tenderían trampa alguna; y que era esto una trampa completa, porque ellos bien sabían que nosotros no podíamos prestar juramento alguno. Sin embargo, hicieron que se leyera la fórmula del juramento; y cuando terminaron les dije que jamás prestara un juramento en toda mi vida, pero que siempre me había comportado lealmente con el gobierno; habiendo sido encerrado en el calabozo de Derby, donde me tuvieron seis meses preso, por haberme negado a tomar las armas en contra del rey Carlos, en la batalla de Worcester, y que, por asistir a las reuniones, me habían sacado de Leicestershire para llevarme a presencia de Oliverio Cromwell, acusado de conspirar por la venida del rey Carlos. Mientras estaba hablando, se pusieron a gritar, diciendo "Dadle el libro"; y dije yo, "El libro dice, 'No jurarás.'" Entonces gritaron, "Carcelero, lleváoslo"; y, como yo aun continuaba hablando, le dieron gran prisa al carcelero, gritándole: "Lleváoslo o sino tendremos aquí una reunión, ¿Por qué no os lo lleváis? A este individuo (refiriéndose al carcelero) le gusta oírle predicar." Entonces el carcelero me llevó y, cuando me alejaba, levantando un brazo, les dije, "Que el Señor os perdone, a vosotros, que me encarceláis por obedecer la doctrina de Cristo." Así fue como no cumplieron su promesa, ante el país, pues habiendo prometido que me darían absoluta libertad de hablar, me la negaron; así como también habían prometido que no me tenderían trampa alguna y, con todo, querían hacernos prestar juramentos para que así cayésemos en la trampa. Después de que me llevaron, retuvieron a Tomás Lower en la sala del tribunal y le dijeron que estaba en libertad. Ante esto, intentó razonar con ellos, preguntándoles por qué, siendo que nos habían prendido juntos y nuestro caso era el mismo, no me ponían a mí también en libertad. Mas le respondieron que no querían escucharle y le dijeron, "Idos a vuestros quehaceres pues, estando como estáis en libertad, nada más tenemos que deciros." Y esto fue todo lo que pudo conseguir que le dijeran; en vista de lo cual, después de levantarse la sesión, fue a hablar con los magistrados, en su cámara privada, para saber qué motivos tenían para detener a su padre por más tiempo, ya que a él lo habían puesto en libertad. Al oír lo cual, Simpson, lo amenazó diciéndole, "Si no estáis satisfecho, os haremos también prestar juramento y os mandaremos a donde está vuestro padre." A lo cual les replicó que podían hacerlo si lo juzgaban conveniente, pues tanto si lo mandaban como no, tenía la intención de ir, para cuidar de su padre en la cárcel, ya que era éste, en aquel momento, su quehacer en aquel país. Entonces, el juez Parker le dijo, "¿Creéis acaso, Sr. Lower, que no tuve motivo suficiente para mandaros, a vos y a vuestro padre, a la cárcel, cuando celebrasteis tan gran reunión, que el sacerdote de la parroquia se quejó de que había perdido la mayor parte de sus feligreses, de tal modo, que cuando va a verlos apenas si queda quien le escuche?" "He oído decir," le respondió Tomás Lower, "que el sacerdote de esa parroquia, va tan raramente a visitar a su rebaño (una o quizás dos veces al año, para cobrar sus diezmos) que no hizo otra cosa, mi padre, sino dar prueba de caridad yendo a visitar a un rebaño tan dejado y abandonado, y, por consiguiente, no tienes tú motivo para mandarlo a la prisión por haber visitado a esas gentes y haberlas instruido y dirigido a Cristo, su verdadero Maestro; ya que poco sacaban de su pretendido pastor, que sólo hace acto de presencia para ir a buscar la 'ganancia de su distrito.'" Oyendo esto, soltaron la carcajada los jueces, porque, según parece, el Dr. Crowther, (el clérigo del cual se trataba) y a quien Tomás Lower no conocía, estaba en aquel momento en la habitación sentado entre ellos, teniendo la bastante discreción para estarse callado y no tratar de reivindicarse de una acusación que era tan notoria y estaba tan bien fundada. Cuando Tomás Lower se hubo marchado, tanto se mofaron los jueces del Dr. Crowther, que lo avergonzaron lastimosamente y se vio tan cogido que amenazó con acusar a Tomás Lower, ante el tribunal del Obispo, por difamación; y cuando esto llegó a oídos de Tomás Lower, le mandó este recado de que respondería a la acusación y de que podía comenzar cuando mejor le pareciese, pues citaría a la parroquia entera para que testificasen en contra suya. Esto enfrió al doctor. Con todo, algún tiempo después, vino a la cárcel, pretendiendo que quería discutir conmigo y hablar con Tomás Lower, de aquel asunto, y trajo consigo a otro sacerdote, gozando él en aquel entonces de una prebenda en Worcester. Cuando entró y me preguntó que, por qué razón estaba en la cárcel, le respondí, "¿Acaso no lo sabes tú? ¿No estabas tú en el tribunal, cuando Simpson y Parker querían hacerme prestar juramento? ¿Y no tienes tú participación en todo ello?" Entonces me dijo, "El prestar juramento es lícito y no prohibió Cristo jurar ante un magistrado, sino jurar por el sol o cosas por el estilo." Le respondí que me lo probase con las Escrituras, lo cual no pudo, arguyendo después lo siguiente, citando a Pablo, "Todas las cosas me son lícitas" (1 Cor 6:12) y añadiendo, "si todo era lícito para él, entonces también lo era jurar." "Con este argumento," le dije, "también podrías afirmar que la embriaguez, adulterio y toda clase de pecado y de maldad es tan lícita como el prestar juramento." "¿Por qué," preguntó el Dr. Crowther "sostenéis que el adulterio es ilícito?" "Sí," le respondí, "y lo afirmo," "Entonces, eso que decís contradice lo dicho por San Pablo," dijo él. Al oír esto, llamé a los presos y al carcelero para que oyesen la doctrina que el Dr. Crowther promulgaba, o sea, que embriagarse, jurar, adulterar y cosas semejantes eran lícitas. Dijo entonces, tomando una pluma, que lo escribiría de su puño y letra; mas escribió una cosa diferente de la que había dicho y, volviéndose a Tomás Lower, le preguntó si respondería a lo que había allí escrito, asintiendo Tomás a ello. Hizo esto, porque cuando amenazó a Tomás con acusarlo ante el tribunal del Obispo, por hablar de él de un modo insultante, delante de los jueces, y Tomás le contestó que respondería la acusación y que podía comenzar cuando mejor le pareciese, pues citaría a sus feligreses para que testificasen en contra suya, se marchó muy irritado y refunfuñando mientras se iba. Pocos días después, Tomás Lower, le mandó la respuesta a lo que había escrito en el papel, que le había dejado, cuya respuesta le llevó un Amigo de Worcester; y cuando la hubo leído le dijo que contestaría, lo que nunca hizo a pesar de que, a menudo, le mandaba recado de que lo haría.
Poco después de las sesiones del tribunal, aproximándose el cumplimiento del término, el alguacil de Worcester recibió un habeas corpus para que me llevase a la barra del tribunal del rey; en vista de lo cual, habiendo el alguacil subalterno delegado sus funciones en Tomás Lower, para que me acompañase a Londres, salimos el día veintiocho del Undécimo mes, y llegamos a Londres, el día dos del Duodécimo mes, pasando por caminos cenagosos y encharcados. Al día siguiente, habiendo anunciado mi llegada, el alguacil me ordenó que compareciese ante el tribunal, lo que hice, compareciendo ante el juez Wild, que dio pruebas, así como sus abogados, de ser muy imparcial, dándome tiempo para hablar y para poder probar que era inocente; y así pude demostrarle lo injusto de mi encarcelamiento. Después de archivar el escrito del habeas corpus se me ordenó que compareciese de nuevo ante el tribunal, al día siguiente. La orden de la corte era como sigue:
De acuerdo con la orden recibida, a la mañana siguiente, estuve paseándome por el vestíbulo hasta que el alguacil vino a buscarme (el cual tenía confianza en mí para dejarme ir a donde quisiera) y fuimos a la sala del tribunal del rey donde, como era temprano todavía, estuvimos sentados con los abogados, casi una hora, hasta que los jueces llegaron. Cuando entraron, me quitó el alguacil el sombrero y, al cabo de poco rato, me llamaron. La presencia del Señor estaba conmigo y sentí que Su poder estaba por encima de todos. Escuché, de pié, al procurador del rey, cuyo nombre era Jones, que verdaderamente habló de un modo notable a mi favor, al igual que otro letrado, que habló después; y los jueces, que eran tres, estuvieron todos muy moderados sin dirigirme ninguna palabra de censura. Permanecí quieto, en el poder y espíritu del Señor, viendo como Él actuaba y la tierra ayudaba a la mujer. Cuando hubieron concluido, pedí permiso al magistrado mayor para hablar, el cual me fue concedido. Expliqué, entonces, la razón de nuestro viaje, la manera como nos habían detenido y acusado y el tiempo que duró nuestro encarcelamiento, hasta que llegó el día de las sesiones del tribunal; y les hice un breve resumen de nuestro proceso, repitiéndoles lo que entonces ofrecí a los jueces, como declaración de lo que me era dado hacer o firmar, en lugar de prestar los juramentos de Fidelidad y Supremacía. Cuando hube concluido, el magistrado Mayor, dijo que mi caso tenía que pasar al tribunal del rey, acabando sus funciones el alguacil de Worcester; y dijo también que estudiarían el caso con detenimiento y que si encontraban algún error en el registro o en los procedimientos de los magistrados me pondrían en libertad. Y, llamando a un alguacil de vara, para que me pusiera bajo custodia, éste me entregó al guardián del tribunal del rey; el cual me dejó ir a casa de un Amigo, donde me alojé, dándome cita para encontrarnos, el día siguiente, en casa de Eduardo Mann, en la calle de Bishopsgate. Sin embargo, después de esto, o bien el juez Parker, o bien otro de mis adversarios, instigaron a la Audiencia para que me mandasen otra vez a Worcester. En virtud de lo cual, se señaló otro día, para otra vista, en la que cuatro abogados hablaron en contra mía. Jorge Stroude, otro abogado, tomó mi defensa y estaba hablando antes de que me introdujeran en la sala; mas fue derrotado, prevaleciendo el criterio, entre los jueces, de que se me devolviera al tribunal de Worcester, añadiendo, no obstante, que podía depositar una fianza en garantía de que comparecería ante el tribunal y que observara entre tanto buena conducta. Les dije que jamás en mi vida observara mala conducta y que, lo mismo sería que ellos, los cuatro jueces, me exigieran allí mismo que prestase juramento en lugar de mandarme a Worcester para que los jueces me tendiesen la trampa del juramento, a mí, que no he jurado en mi vida, para así después poder condenarme. Y añadí les que si yo no cumplía mi Sí o mi No, estaba conforme en sufrir la misma pena que deben de sufrir los que no cumplen sus juramentos. Este cambio, en la actitud de los jueces, respecto a mi caso, obedeció a que, como se supuso, el juez Parker, mi adversario, había dado alguna información falsa en contra mía ; pues en el tiempo que transcurrió desde mi primera vista a la de ahora, había difundido una historia falsa y tendenciosa, de que cuando me detuvieron estaban conmigo muchas personas de importancia, procedentes de diversas partes de la nación, y que estábamos conspirando o teníamos ya algún designio entre manos; y que Tomás Lower había estado conmigo en la cárcel, mucho tiempo, después de haber sido puesto en libertad para llevar a cabo tal designio. Tanto se habló de todo esto en el parlamento, que, si no me hubieran trasladado a Londres, cuando se hizo, me hubieran detenido en Worcester; y Tomás hubiera sido acusado otra vez, junto conmigo. Pero, aunque para vergüenza de Parker, se demostró muy fácilmente la falsedad de tales acusaciones, con todo, no quisieron los jueces modificar su última sentencia, mandándome de nuevo a la cárcel de Worcester; concediéndome el solo favor de que podía escoger mi camino e ir cuando gustase, con tal de que estuviese allí, sin falta, para las sesiones del tribunal, que empezarían el día dos del Segundo mes siguiente. Así pues, permanecí en Londres, yendo por sus alrededores, hasta fines del Primer mes de 1674, y, por aquellos días, emprendí mi viaje con toda calma (pues me era imposible hacer un viaje tan duro con prisas), llegando a Worcester el último día del Primer mes, el día antes de la llegada de los jueces a la ciudad. El día dos del Segundo mes, de la cárcel, me llevaron a una posada, cerca de donde se reunía el tribunal, para que estuviese listo en el caso de que me llamasen. Mas, no llamándome aquel día, por la noche, vino el carcelero y me dijo que podía irme a casa (refiriéndose a la cárcel) y entonces fuimos, Gerardo Roberts, de Londres, que estaba conmigo, y yo, andando hasta la cárcel, sin guardia alguna. Al día siguiente, me volvieron a llevar al mismo sitio, poniéndome de guardián a un muchachito de once años. En esto, llegué a enterarme de que el juez Parker y el secretario del tribunal habían dado órdenes de que no se me incluyera en la lista de los casos para juzgar, para evitar así que compareciese ante el juez. En vista de esto, conseguí que el hijo del juez hiciese pasos para que me llamasen, como efectivamente así lo hicieron y me llevaron a la barra ante el juez Turner, mi antiguo enemigo, que ya una vez en Lancaster quiso obligarme a prestar juramento y luego me condenó. Luego que se hizo silencio, me preguntó qué era lo que deseaba; respondiéndole yo, "Que, haciéndose justicia, se me ponga en libertad." Me dijo entonces que ello dependía de que prestara o no juramento, y me preguntó si quería prestarlo. Quería yo que él se enterase del modo como me habían detenido y acusado, y, viendo que guardaba silencio, le hice un largo relato de todo ello, explicándole también que, durante mi encarcelamiento, había llegado a mi conocimiento que mi madre, mujer anciana y piadosa, que tenía grandes deseos de verme, antes de morir, al saber que me habían detenido y encarcelado, mientras iba de viaje, de modo que no había probabilidad de que pudiera ir a verla, sufrió tal conmoción que murió poco después; lo cual había sido muy doloroso para mí. Cuando terminé de hablar, me preguntó de nuevo si quería prestar juramento; y le respondí que ello era en contra de mi conciencia y que estaba seguro de que, él y todos los demás, estaban en conciencia bien convencidos de que era para mi un caso de conciencia el no prestar juramento, bajo ningún concepto. Declaré, ante todos ellos, lo que sí podía asegurar, y también firmar, reconociendo los derechos del rey para con el gobierno y negando al papa y sus pretendidos poderes, así como a todos los conspiradores, complotes y conspiraciones contra el gobierno; y eran algunos de opinión de que el juez se inclinaba a ponerme en libertad, porque, bien veía que, en justicia, nada tenían en contra mía, pero , Parker, que me había acusado, se esforzó en indisponerlo conmigo, diciéndole que era yo el jefe de una conspiración; que muchos en la nación me seguían y que no sabía él hasta qué extremo podría llegar la cosa. Todo esto con muchas más palabras llenas de envidia, que oyeron los que estaban cerca de él, mientras hablaba; los cuales también notaron que el juez no le respondió. Sin embargo, el juez, deseoso de desentenderse del asunto, refirió mi caso de nuevo a las sesiones ordinarias, rogando a los magistrados que lo terminasen pronto y que no perturbasen más al tribunal con mi persona. Ante lo cual resultó que iba a continuar preso, debido, sobre todo, a juzgar por las apariencias, a las malas artes del juez Parker, el cual, en este caso, dio pruebas de ser tan falso como envidioso; pues habiendo prometido que se esforzaría en que me pusieran en libertad, era, con todo, el peor enemigo que tenía en el tribunal, como algunos, también del tribunal, observaron y comentaron. Otros jueces, se comportaron muy afablemente, prometiéndome que, para que pudiera cuidar de mi salud, gozaría de libertad para alojarme, en la ciudad, en casa de algún Amigo hasta que llegara el día de las sesiones del tribunal; lo cual cumplieron, mostrándose las gentes muy corteses y respetuosas conmigo. Entre tanto, hasta que empezaron las sesiones, trabajé para el Señor con varias personas que vinieron a visitarme. Una vez, tres sacerdotes, no-conformistas, y dos abogados, vinieron a departir conmigo, intentando probar, uno de los sacerdotes, que las Escrituras eran la sola norma de vida. Sobre que, después de haberlo vencido, en lo que a las pruebas se refería, se me presentó una buena ocasión para explicarles el uso, debido y adecuado, servicio y excelencia de las Escrituras, así como para demostrar que: 1) el Espíritu de Dios, que todos los hombres han recibido para que se beneficien de él, y 2) la gracia de Dios, que da la salvación y que vino a todos los hombres, para enseñarles la obediencia y a apartarse de la concupiscencia mundana y profana, para vivir sobria y rectamente en Dios, en este mundo, es la regla más propia, adecuada y universal, que Dios ha dado a la humanidad, para dictar leyes con las que dirigir, gobernar y ordenar sus vidas. En otra ocasión, vino un sacerdote episcopal, acompañado de varias otras personas, el cual me preguntó si había yo conseguido la perfección; y le respondí que lo que era lo era por la gracia de Dios. Dijo el sacerdote que era esta respuesta muy modesta y cortés, y, esgrimiendo las palabras de Juan, "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros." Me preguntó que tenía que decir a esto. Y le respondí, citando al mismo apóstol, "Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros." La palabra de Él, que vino a destruir el mal y a apartarnos del pecado. De modo que hay un momento para que las gentes vean que han pecado, un momento para que vean en qué han pecado y un momento para que confiesen su pecado y se aparten de él, para conocer, "la sangre de Cristo que limpia de todo pecado." 1 Juan 1:7. Y luego se le preguntó al sacerdote si Adán no era perfecto, antes de su caída, y si todas las obras de Dios no eran perfectas. Respondió a esto, el sacerdote, que pudo haber una perfección, como la de Adán, y también una caída de tal perfección; y entonces le dije, "Hay una perfección, en Cristo, más alta que la de Adán y por encima de toda caída; y la misión, de los ministros de Cristo, es la de hacer perfectos a los hombres, en Cristo, para lo cual gozan de un don que viene de Cristo. Col 1:27, Efe 4:11-13. Por consiguiente, aquellos que nieguen la perfección, niegan la misión del ministerio, así como los dones que Cristo dio para el perfeccionamiento de los Santos. "Efe 4:11-13 A esto, respondió el sacerdote, "Siempre debemos de intentarlo." Y le dije, que era un triste y desgraciado intento, el de intentar lo que sabemos que no podemos alcanzar. Y le dije también que Pablo, que clamó en su cuerpo de muerte, "Dio las gracias a Dios, que le dio la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo," 1 Cor 15:57. De modo que hubo un momento en que se clamaba con ansia de victoria y otro en que se alababa a Dios, por la victoria conseguida; y dijo Pablo, "No hay condenación para los que están en Jesucristo." El sacerdote replicó, "Job no fue perfecto," y yo le respondí, "Dios dijo que Job era un hombre perfecto, que se apartó del pecado, Job 2:3 y el Diablo se vio obligado a confesar que Dios había dispuesto una barrera a su alrededor, Job 1:9-10 que no era barrera tangible, sino el poder celestial invisible." Añadió el sacerdote que Job había dicho, "Y notó necedad en sus ángeles y ni los cielos son limpios delante de sus ojos." A lo cual, le respondí, que estaba en un error, ya que no había sido Job sino Elifaz, el que lo dijera discutiendo con Job, "Bien," dijo el sacerdote, "pero, ¿Qué decís a este pasaje de las Escrituras, 'El hombre más justo que existe, peca siete veces al día?"* "Digo," le respondí, "simplemente, que no existe tal pasaje en las Escrituras." Y con esto se calló el sacerdote. Muchas ocasiones tuve, hasta el día en que comenzaron las sesiones del tribunal, como esta, para hacer servicios para el Señor con varias clases de personas.
Empezaron las sesiones trimestrales del tribunal, el día veintinueve del Segundo mes, y me llamaron a comparecer ante los jueces. Era el presidente, el juez Street, que era el juez que hacía el recorrido judicial por el país de Gales; y él me representó mal a mí y a mi caso ante el país, diciéndoles que habíamos tenido 'una reunión en Tredington desde todas partes de la nación, para aterrorizar a los súbditos del rey, por lo cual habíamos sido encerrados en la cárcel. Y que por la prueba de mi fidelidad me fueron presentados los juramentos; y, habiendo tenido tiempo para considerarlo, él me preguntó si yo no quería tomar los juramentos. Yo quise tener libertad para hablar por mí mismo; y habiendo obtenido eso, comencé primero a aclarar todos los cargos falsos que había de mí y los Amigos; declarando que no teníamos tales reuniones de todas las partes de la nación como él lo había representado; pero que (excepto el Amigo de cuya casa vinimos, y que vino con nosotros para guiarnos hacia ese lugar, y un Amigo de Bristol, que vino accidentalmente, o más bien providencialmente, para asistir a mi esposa en la casa, después que fuimos llevados) aquellos que estaban conmigo eran en un sentido parte de mi propia familia, siendo mi esposa, su hija, y su yerno. Y nosotros no nos reunimos en ninguna forma o manera que ocasionara terror en ninguno de los súbditos del rey; porque nos reunimos pacífica y calmadamente sin armas; y no creemos que pueda haber ninguna persona producida que pueda de verdad decir que estaba aterrado con nuestra reunión. Además, yo les dije que sólo íbamos camino a casa, las circunstancias que ahora relato como antes. En cuanto a los juramentos, yo mostré por qué no podía tomarlos (ya que Cristo prohibió todo juramento), y lo que yo podía decir o señalar en vez de ellos, como lo había hecho antes. Sin embargo ellos hicieron que me fueran leídos los juramentos, y después leyeron una acusación, que ellos habían preparado, teniendo allí también un jurado listo. Leída la acusación, me preguntó el juez si era culpable; a lo que respondí, "No, porque todo no es más que una sarta de mentiras," lo cual, demostré y probé al juez, dándole varios ejemplos; y le pregunté si no sentía él, en su conciencia, que todo no eran más que mentiras. El juez me dijo, "Es en la forma"; y le respondí, "Esta no es la verdadera forma." Me preguntó de nuevo el juez si era culpable y le respondí que no; que no era culpable, ni en la forma ni en el fondo, porque yo estaba en contra del papa y de su iglesia, como abiertamente admitía con la mano extendida. Entonces, el juez, dijo al jurado que era lo que tenían que decir, lo que tenían que hacer y lo que tenían que escribir al dorso de la acusación; y como lo dijo así lo hicieron. Pero antes de que dieran el veredicto, les dije que, si no podía prestar juramento, era por la causa de Cristo y por obedecer sus mandamientos y los de los apóstoles y, "por consiguiente," añadí, "andad con mucho cuidado en lo que vais a hacer, porque todos tenéis que comparecer ante el trono de Su justicia." Al oír esto, el juez, dijo, "Esto es beatería." A lo cual respondí, "Si hacer acto de fe, en Nuestro Señor y Salvador, y obedecer su mandato es calificado de beatería, por un juez de un tribunal, de poco servirá que añada ni una palabra más, y, con todo, veréis como soy cristiano y como demostraré mi cristianismo, probándose mi inocencia." Me condujo el carcelero fuera de la sala, sintiéndose la gente tan emocionada que parecía que hubiesen asistido a una reunión. Poco después, me hicieron entrar de nuevo y el jurado decidió que era justa la acusación, a lo que me opuse; y luego, me pidieron que depositase una fianza hasta las siguientes sesiones del tribunal y el hijo del carcelero se ofreció en rehenes por mí; mas yo lo detuve así como aconsejé a los Amigos que no se mezclasen en el asunto, ya que, les dije, se trataba de una trampa; y, con todo, dije a los jueces que podía prometer que comparecería, si el Señor me daba fuerza y salud, y si me sentía libre de hacerlo. Algunos magistrados dieron pruebas de ser benévolos y hubiesen querido evitar que los otros mantuviesen la acusación o insistiesen en hacerme prestar juramento; pero el juez Street, que era el presidente del tribunal, dijo que la ley tenía que seguir su curso, por lo que me mandaron, otra vez, a la cárcel. Sin embargo, dos horas después, y, debido al espíritu moderador de algunos de los jueces, me pusieron en completa libertad hasta las siguientes sesiones trimestrales del tribunal. Se dijo que, esos jueces moderados, deseaban que el juez Parker escribiese al rey, pidiéndole mi libertad o un noli prosequi (como ellos lo llamaban) porque estaban convencidos de que no era yo un personaje tan peligroso como me pintaban. Se dijo también que así lo prometió Parker, mas no lo hizo. Después de haber obtenido una copia de la acusación me fui a Londres, visitando a los Amigos por el camino. Cuando llegué, me encontré con que algunos personas ansiosas de sacarme de las manos de aquellos jueces envidiosos, que querían incapacitarme en Worcester, insistieron tenazmente para que compareciese ante los jueces del tribunal del rey; y, por un habeas corpus, comparecí otra vez ante ellos. Les tendí un papel que contenía lo que yo podía decir, en lugar de los juramentos de Fidelidad y Supremacía, redactado como sigue:
Sin embargo, como el asunto se había tramitado hasta entonces en Worcester, no quisieron mezclarse en ello, dejándome que compareciese otra vez ante los magistrados, cuando se celebraron las siguientes sesiones trimestrales del tribunal. Mientras tanto, llegó la Junta Anual de los Amigos, a la que asistí, en virtud de la libertad que me concedieron hasta que se celebrasen las sesiones; y resultaron las reuniones extraordinariamente gloriosas, más de lo que las palabras pueden expresar; ¡Bendito sea el Señor! Después de la Junta Anual, me puse en marcha, para Worcester, por estar ya cerca el día en que se celebrarían las sesiones del tribunal, en el Quinto mes. Cuando me llevaron a la barra y se hubo leído la acusación, sintiendo el jurado ciertos escrúpulos, el juez del tribunal, Street, hizo que se leyesen las fórmulas de los juramentos y volvió a insistir para que los prestase. Le dije que estaba allí para intentar la anulación de la acusación y que el querer hacerme prestar juramento otra vez, era una nueva trampa. Quise entonces que me aclarase un par de cuestiones y le pregunté si el juramento sólo tenían que prestarlo los súbditos del rey, o también los súbditos de príncipes extranjeros; a lo que me respondió el juez, "Solamente los súbditos de este país." "Entonces," contesté, "no me habéis designado como súbdito en la acusación y, por consiguiente, no me habéis incluido en el estatuto." Al oír esto, gritó el juez, "Leedle la fórmula de los juramentos"; a lo que repliqué, "Yo exijo justicia." De nuevo le pregunté si el tribunal no representaba al rey y a todo el país, a lo que respondió afirmativamente. "Entonces," le dije, "habéis omitido al rey en la acusación y, siendo así, ¿Cómo podéis cursar esta acusación, en un juicio entre el rey y yo, si habéis omitido al rey?" El juez respondió, "El rey ha sido incluido antes"; mas yo le dije, "Ya que el nombre del rey ha sido omitido, es éste un gran error en la acusación, suficiente, según tengo entendido, para anularla. Además," proseguí, "primero me acusaron bajo el nombre de Jorge Fox, de Londres, y ahora me acusan bajo el nombre de Jorge Fox, de Tredington, del condado de Worcester; y quisiera que el jurado, considerase como es que puede declararme culpable, basándose sobre esta acusación, en vista de que no soy del lugar en ella mencionado." No negó el juez que había errores en la acusación, mas dijo que lugar habría para que pudiese yo remediarlo; a lo cual le respondí, "Bien sabéis vosotros que somos gentes que todo lo soportamos y sufrimos y, por esto, abusáis de nosotros, que no podemos vengarnos, mas nosotros dejamos nuestra causa en manos del Señor." En esto el juez dijo; "Se os ha pedido varias veces que prestarais juramento y nos debéis alguna satisfacción con respecto a ello." Les ofrecí, en lugar del juramento, la declaración que había antes ofrecido a los jueces; mas no fue aceptada. Quise entonces saber, en vista de que me ofrecían jurar de nuevo, si la acusación había sido o no anulada, mas, en lugar de responderme, el juez dijo al jurado que podían retirarse. No parecían satisfechos algunos de los del jurado; ante lo cual les dijo el juez que habían oído como un hombre juró que, en las últimas sesiones del tribunal, me habían pedido que jurase, y, después, les dijo lo que tenían que hacer. Ante esto, le dije que debía de dejar al jurado que decidiesen de acuerdo con sus conciencias. Sin embargo, como los que formaban el jurado había sido elegidos por él, se retiraron, y, volviendo poco después, me declararon culpable. Pregunté al jurado como era que podía satisfacerles el declararme culpable basándose en una acusación tan manifiestamente falsa y que contenía tantos errores. Poco pudieron responderme y, no obstante, uno, que parecía el peor de todos, quiso cogerme la mano; mas, lo aparté de mí, diciéndole, "¿Cómo es, Judas, que ahora, que me has traicionado, te acercas a mí para besarme?" y lo llamé a él y a los otros, al arrepentimiento. Entonces, el juez, comenzó a decirme lo benévolo que el tribunal había sido conmigo; mas yo le pregunté que como podía decir tal cosa. Nunca hubo hombre más maltratado, como yo lo había sido, en este caso, siendo detenido en mi camino, cuando viajaba entregado a mis lícitas ocupaciones, y siendo encarcelado sin causa alguna, poniéndome en el caso de jurar, sólo para tenderme una trampa. Y quise que el juez me respondiera, en presencia del Señor, ante quien todos estábamos, si no era por envidia que me pidieran que jurase. No respondió a esto, mas dijo, "¡Ojalá nunca hubiereis venido a perturbarnos, a nosotros y al país!" Le respondí que no había venido por mi propia voluntad, sino que me habían llevado, después de habérseme detenido en mi camino, y que no era yo el que los perturbaba, sino que ellos mismos se perturbaban. Entonces, el juez, me dijo, que era amarga sentencia la que tenía que comunicarme. Le pregunté si lo que iba a decir, era a manera de dictar sentencia o a título de información, porque, para evitar que dictase sentencia, basándose en aquella acusación, le dije que tenía muchas más cosas que alegar y más errores que señalar en el texto de la acusación, además de los que había ya mencionado. Me respondió que iba a mostrarme los peligros de haber sido incapacitado, lo cual representaba la pérdida de mi libertad, de todos mis bienes y propiedad personal, y prisión para toda la vida; mas dijo, que no lo decía como sentencia del tribunal sino como una amonestación para mí. Pidió, entonces, al carcelero, que me llevase, esperando yo que me llamarían otra vez para oír la sentencia. Mas, cuando me hube marchado, el secretario del tribunal de paz (cuyo nombre era Twittey), preguntó al juez, según me dijeron, si lo que me había dicho quedaba sentado como sentencia firme; y el juez, después de haberlo consultado con algunos de sus colegas, respondió que sí, que aquello era la sentencia y que quedaba en firme. Esto hizo a espaldas mías, para no tener que avergonzarse ante todo el país. Muchos de los jueces y la mayoría de la gente eran moderados y corteses, pero Street, que era el juez de la sala, no les hizo caso, desentendiéndose de ellos. Este juez Street, había dicho a algunos Amigos, la mañana anterior a mi juicio, que de haber estado él en el tribunal, cuando se celebraron las primeras sesiones, no me hubiese puesto en el caso de que tuviera que prestar juramento, pero que, si hubiese sido yo convicto de haber asistido a un conventículo, hubiese procedido en contra mía de acuerdo con esta ley, y, añadió, que le dolía que hubiese tenido que comparecer ante él. Y con todo y esto, lleno de malicia me pidió que jurase, de nuevo, en el tribunal, cuando iba yo a tratar de anular la acusación. Mas el Señor abogó por mi causa, confrontándose con él, así como con el juez Simpson, que primero me cogió en la trampa del juramento, cuando se celebraron las otras sesiones del tribunal, ya que poco después, el hijo de Simpson tuvo que comparecer, en la misma barra, acusado de homicidio y, en cuanto a Street, que, cuando llegó de Londres, después de haberme devuelto los jueces del tribunal del rey a Worcester, dijo que ahora que me habían devuelto a su jurisdicción, me pudriría en una cárcel, le sucedió que, a su hija única, a quien llamaban su ídolo de tanto como la quería se la trajeron desde Londres, en un coche de muertos, a la misma posada, donde había proferido tales palabras, de donde, pocos días después, la llevaron a Worcester para enterrarla. Las gentes bien notaron la presteza con que la mano de Dios había caído sobre él, pero ello, antes lo endureció en lugar de volverlo piadoso, como su conducta lo demostró más tarde. Cuando volví a la cárcel, vinieron a verme varias personas, entre ellas el hijo del conde de Salisbury, que era muy piadoso y estaba muy contrariado de que me tratasen tan duramente; y permaneció cerca de dos horas conmigo, tomando copia de los errores en el texto de la acusación. Cuando se terminaron las sesiones del tribunal y quedé yo condenado a prisión por haber sido incapacitado, mi mujer, vino, del Norte, para estar conmigo y, cerca ya de la reunión del tribunal, que entendía en lo criminal, cuya reunión se celebraría en el Sexto mes, se expuso mi caso en un documento, por escrito, que, ella y Tomás Lower, entregaron al juez Wild. Constaban en él, la causa de mi viaje, el modo como me prendieron y encarcelaron, los procedimientos de los diversos juicios en contra mía y los errores en la acusación en virtud de la cual había sido incapacitado. Cuando el juez lo hubo leído, movió la cabeza y dijo que si queríamos podíamos tratar de probar la validez o no de los errores; mas esto fue todo lo que pudieron sacar de él. Mientras yo estaba en la cárcel, me vino la impresión de declarar nuestro principio al rey: no con relación particular a mis sufrimientos, sino para su mejor información con respecto a nuestro principio, y a nosotros como pueblo. Al rey.
Por esta época, me atacó una enfermedad que dejó mi cuerpo muy débil y maltrecho, continuando así por bastante tiempo, tanto, que los Amigos empezaron a dudar de que pudiese reponerme y, yo mismo, me sentía ya entre los muertos en sus sepulturas; con todo, el poder invisible me sostuvo en secreto dándome nuevas fuerzas incluso cuando estaba tan débil que casi no podía hablar. Una noche, tendido despierto en mí lecho, en la gloria del Señor, que está sobre todos, me fue declarado que el Señor me tenía preparado aun mucho más trabajo que hacer para Él, antes de que me llamase a Su seno. Se intentó que me pusiesen en libertad, cuando menos temporalmente, hasta que me sintiese más fuerte; pero se vio que los medios para conseguirlo eran difíciles y lentos, porque el rey no estaba dispuesto a ponerme en libertad como no fuese a base de concederme un perdón, ya que le habían dicho que, legalmente, no podía hacerlo, y, por otro lado, yo no quería conseguir mi libertad, por un perdón, que el rey me hubiese concedido fácilmente, pues no consideraba este medio compatible con la inocencia de mi causa. Eduardo Pitway, teniendo ocasión de hablar con el juez Parker acerca de los asuntos, le pedí que le diera una orden al carcelero que 'en consideración a mi debilidad, yo podría tener libertad para salir de la cárcel hacia la ciudad. Después de lo cual el juez Parker le escribió la siguiente carta al carcelero, y la envió al Amigo para entregarla.
Después de esto, mi mujer se fue a Londres y habló con el rey, al que expuso mi largo e injusto encarcelamiento, así como la manera como me prendieron y el proceder de los magistrados, al ponerme en el caso de jurar, a modo de trampa, por lo que me habían incapacitado, de modo, que, siendo ahora su prisionero, estaba en su poder y a su merced el ponerme en libertad, como ella deseaba. El rey, tuvo palabras afables para mi mujer, y la envió al Lord en cargo, al cual acudió, mas no pudo obtener lo que deseaba, pues le dijo que el rey no tenía otro medio de ponerme en libertad más que concediéndome un perdón; y yo, sabiendo que no había hecho mal alguno, no podía aceptar tal perdón. Si hubiese querido conseguir mi libertad, por medio de un perdón, no tenía porque esperar tanto, ya que el rey estaba dispuesto a concedérmelo desde hacía mucho tiempo y añadió que no debía de sentir ningún escrúpulo en ser libertado por un perdón, puesto que a muchos hombres, inocentes como niños, se les había concedido el tal perdón. Con todo, yo no podía aceptarlo y antes hubiese pasado toda mi vida en la cárcel, que salir de ella por un medio deshonroso para la Verdad y por eso fue que preferí el revisar la validez de mi acusación ante los jueces. A este fin, habiendo antes oído la opinión de un abogado (Tomás Corbett de Londres), se mandó un habeas corpus, a Worcester, para que compareciese otra vez ante el tribunal del rey, a fin de verificar los errores que había en mi acusación. Partí el día cuatro del Duodécimo mes, junto con el alguacil subalterno, viniendo también en el coche, el secretario del tribunal de paz y algunos otros. El secretario había sido siempre mi enemigo e intentaba ahora tenderme una trampa con su palabrería; pero yo lo descubrí y lo evité. Me preguntó que cuál era mi intención respecto a los errores de la acusación; a lo que respondí que debían de revisarse para que cada acción se coronase. Discutió conmigo que porqué llamaba sacerdotes a sus ministros y le pregunté si la ley no los llamaba de esta manera; y me preguntó luego que, qué pensaba de la iglesia anglicana y si no había cristianos en ella; a lo cual le respondí, "Así los llaman a todos y hay muchas gentes piadosas entre ellos." Llegamos a Londres el día ocho, compareciendo el día once ante los cuatro jueces del tribunal del rey, donde el abogado Corbett defendió mi causa. Comenzó su defensa, en una nueva forma, declarando a los jueces que no se podía encarcelar a un hombre a base de haber sido incapacitado. A esto, el juez Hale, dijo; "Sr. Corbett debierais de haber venido antes, al comienzo del término, con tal defensa." Y Corbett le respondió, "No pudimos conseguir copia, ni del acta judicial ni de la acusación"; ante lo cual el juez replicó, "Debíais de habérnoslo notificado y los hubiéramos obligado a devolver el acta más pronto." En esto, dijo el juez Wild, "Sr. Corbett, vos generalizáis y, de ser verdad lo que decís, hemos cometido muchos errores en Old Bailey y en otras Audiencias." Corbett, afirmó de nuevo, que, según la ley ,no podía encarcelarse a base de una incapacitación. Dijo el juez, "En el estatuto consta que es lícito el requerimiento." "Sí," dijo Corbett, "pero un requerimiento no es encarcelamiento, porque el requerimiento es sólo conducente a un juicio." "Bien," dijo el juez, "necesitamos algún tiempo para estudiar nuestros libros y consultar los estatutos." En vista de lo cual, se suspendió la vista hasta el día siguiente. Al día siguiente, dejando de lado lo expuesto por la defensa, prefirieron comenzar por los errores de la acusación, los cuales, cuando se pusieron de manifiesto, resultaron ser tantos y tan groseros que los jueces fueron todos de opinión de que la acusación era nula y de que yo debía de recuperar mi libertad. Algunos de mis adversarios instigaron a los jueces para que volvieran a exigirme que prestara juramento, diciéndoles que era un hombre demasiado peligroso para estar en libertad, pero, el juez Hale, dijo que si bien había ya oído tales rumores, también era cierto que había oído muchos más a mi favor, y, por consiguiente, él, junto con los otros jueces, ordenaban que se me dejase en libertad, por unanimidad. Así fue como, después de haber estado encarcelado por espacio de un año y casi dos meses, sin motivo alguno, haciéndome justicia, me pusieron en libertad, después de un juicio en que se revisaron los errores de la acusación, sin que aceptara yo perdón alguno ni quedar en lo más mínimo obligado o ligado; y el poder eterno del Señor se cernió sobre todos para Su gloria y alabanza. El abogado Corbett, que tomó mi defensa, alcanzó gran fama con ello, acudiendo a él muchos abogados que le dijeron que había puesto en claro algo que antes no se sabía, o sea, que no puede encarcelarse a base de una incapacitación, y después del proceso, un juez le dijo, "Habéis conseguido alto honor por haber defendido en el tribunal la causa del Sr. Fox." Mientras estuve en la cárcel en Worcester, a pesar de mi enfermedad y de mi poca salud, y a pesar del ajetreo de tantos viajes, de acá para allá, yendo y viniendo de Londres, escribí varios libros para la imprenta, uno de los cuales se llamaba 'Una advertencia a Inglaterra;' otra era: 'A los judíos, probando por los profetas, que el Mesías ha llegado;' otro: 'Con respecto a la inspiración, revelación, y profecía;' otro: 'En contra de todas las disputas vanas;' otro: ‘Para todos los obispos y ministros para probarse a sí mismos por las escrituras;' otro: ‘A los que dicen que nosotros (los cuáqueros) no aman a nadie sino a sí mismos;' otro titulado: 'Nuestro testimonio con respecto a Cristo;' y otro pequeño libro: 'Con respecto a jurar,' siendo el primero de esos dos que le fueron dados al parlamento. Además de estos, escribí muchos documentos y epístolas a los Amigos, dándoles valor y fuerzas para que perseverasen en su labor para Dios; ya que algunos, que hicieran profesión de mantenerse en la Verdad, cedieron al espíritu seductor apartándose de la unión y compañerismo del evangelio que profesan los Amigos, y se esforzaban en desanimarlos, especialmente en lo que se refiere al cuidado diligente y vigilante que tenían del buen orden y de la buena dirección de los asuntos de la iglesia de Cristo. Puesto así en libertad, visité a los Amigos de Londres, pero, sintiéndome muy débil y no del todo repuesto, me fui a Kingston. No permanecí allí mucho tiempo, sino que, después de haber visitado a los Amigos, volví a Londres, donde escribí un documento para el parlamento y mandé varios libros a sus miembros. Poco antes, se les había ya distribuido un gran libro, contra la práctica de jurar, cuyas razones tuvieron tanta influencia sobre algunos de ellos que se creyó, que, de haber permanecido más tiempo reunido el parlamento, hubiesen hecho algo en nuestro favor. Permanecí en Londres, o en sus cercanías, hasta la Junta Anual; a la que acudieron muchos Amigos, de todas partes de la nación y algunos que vinieron de más allá del mar. Celebramos una gloriosa reunión en el eterno poder de Dios. Concluida la reunión y levantadas también las sesiones del parlamento (que no hizo nada, ni en favor ni en contra de los Amigos), se terminó mi misión para el Señor, en Londres; y, después de haberme despedido de los Amigos de allí, partí en coche con Margarita y su hija Susana (pues no podía viajar a caballo), muchos Amigos nos acompañaron tan lejos como Highgate, y algunos a Dunstable, donde nos alojamos esa noche. Visitamos a los Amigos y fuimos visitados por ellos en Newport-Pagnel, Northampton, y Cossel. Entre otros, vino una mujer, que trajo a su hija para que yo pudiera ver lo bien que ella estaba. Ella me recordó que cuando yo estuve allí antes, ella me la había muy aquejada con el mal del rey (enfermedad renal), y me había entonces pedido que orara por ella, lo cual hice, y ella fue sanada; ¡alabado sea el Señor! Desde Cossel nos fuimos a la casa de Juan Simcock y la de William Gandy a Warrington, Preston, y Lancaster. No había estado en Lancaster desde que fui llevado prisionero de allí por el alguacil y carcelero al castillo de Scarborough en Yorkshire. Encontré que el pueblo estaba lleno de gente; porque era tiempo de carnaval, y los regimientos locales de milicia estaban teniendo una asamblea general. Muchos Amigos también estaban en el pueblo provenientes de varias partes del país, porque las reuniones trimestrales fueron llevadas a cabo allí al día siguiente. Me quedé dos noches y un día en Lancaster y visité Amigos tanto en las reuniones de hombres y de mujeres, las cuales eran muy grandes, llenas y pacíficas; porque el poder del Señor estaba sobre todo, y nadie interfirió con nosotros. Allí me encontré con Tomás Lower y su esposa, Sara Fell, Jaime Lancaster, y Leonardo Fell. Al día siguiente después de la reunión, el día veinticinco del cuarto mes, fuimos por Sands con varios otros Amigos a Swarthmore. Después que había estado en Swarthmore por un tiempo, varios Amigos vinieron a visitarme de diversas partes de la nación, y algunos de Escocia. De ellos entendí que cuatro estudiantes jóvenes de Aberdeen fuero convencidos allí este año, en una disputa que se llevó a cabo allí por Roberto Barclay y Jorge Keith con algunos de los eruditos de esa universidad. Entre otros, el coronel Kirby me dio una visita, quien había uno de mis grandes perseguidores; pero ahora él dijo que vino a darme la bienvenida al país y se mostró de apariencia muy amante. Sin embargo antes de irme de Swarthmore él mandó a buscar a los guardias de Ulverstone, y les ordenó que me dijeran que nosotros 'no debíamos tener más reuniones en Swarthmore; porque si lo hacíamos, ellos serían mandados por él a disolverlas, y vendría el próximo domingo para ver si nosotros cumplíamos.' Ese día tuvimos una reunión muy hermosa, y la presencia del Señor fue maravillosa entre nosotros, y los guardias no vinieron a molestarnos. Las reuniones desde entonces han estado calmadas, y han aumentado. La enfermedad que me vino durante mi encarcelamiento en Worcester me había debilitado de tal manera, que pasó mucho tiempo antes que recuperara mi fortaleza natural otra vez. Por esta razón, y como yo tenía muchas cosas que estaban sobre mí para escribir para el servicio público y privado, no me agité mucho en el exterior durante el tiempo que ahora me quedé en el norte; pero cuando los Amigos no estaban conmigo, pasé mucho de mi tiempo escribiendo libros y documentos para el servicio de la verdad. Mientras estaba en Swarthmore, di varios para que fueran imprimidos: Uno, ' Con respecto a orar.' Aparte de estos; yo escribí varias cartas a los Amigos tanto en Inglaterra como en el extranjero; y respuestas a varios documentos con respecto a 'salir de algunos que se opusieron al orden del evangelio.' Esto había provocado una gran cantidad de disputa y contienda en Westmoreland. Por lo tanto fui movido a escribir unas pocas líneas particularmente a los Amigos de allí.
También le escribí la siguiente epístola general a los Amigos en la reunión anual de Londres:
Epílogo.
Leída en la Reunión Anual en Londres, el día 17 del tercer mes, del año 1676.
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